4 de Febrero de 2008
El defensor del Pueblo, Eduardo Mondino, quiere que se declare
la emergencia vial por ley. Dice que ya cuenta con las firmas
necesarias para presentar una iniciativa popular, si Cristina
no se apura en mandar ese proyecto al Congreso
OJO
El 13 de enero de 2008, trece personas perdieron la vida en un
choque frontal ocurrido en La Francia, kilómetro 180 de la
ruta 19, en Córdoba. Choque que no hubiera ocurrido en una
moderna autopista correctamente diseñada. Trece muertes
evitables.
¿Qué responsabilidad le cabe al Estado como proveedor
monopólico de estas carreteras de altísimo riesgo, verdaderas
rutas de la muerte? Según la jurisprudencia predominante, el
Estado no tiene responsabilidad alguna por las condiciones de
diseño de las carreteras siempre que coloque carteles de
advertencia bien visibles que alerten al conductor sobre los
riesgos específicos en cada tramo de la vía: paso a nivel sin
barreras, curva peligrosa, banquinas descalzadas, zona de
derrumbes, puente angosto, calzada en mal estado, zona de
niebla, animales sueltos, etc. Todos carteles de rutina en la
red troncal nacional que lleva el 57% del tránsito interurbano
y concentra el 75% de las muertes en ruta.
Con estos carteles, el Estado enuncia prolijamente la lista de
calamidades que aguardan al sufrido viajero. Es, además, una
confesión explicita de la impotencia del Estado en brindar una
infraestructura segura.
La jurisprudencia se ha apartado, en este caso, de la doctrina
correcta, que declaró inoficiosos los clásicos carteles
exculpatorios que colocaban los propietarios de casas de
renta: “Habiendo escaleras, el propietario no se hace
responsable por los accidentes ocurridos con el uso del
ascensor”. Los jueces hicieron siempre responsable al
propietario por las deficiencias del ascensor, por ser el
dueño de la cosa y el generador del riesgo objetivo.
El Estado también es dueño de la cosa (carretera) y generador
objetivo del riesgo, al diseñar, construir y reglamentar el
uso de las carreteras, además de cobrar pesadas gabelas para
brindar un servicio deficiente. Sin embargo, los jueces se han
apartado de esta sabia doctrina.
¿Por qué en lugar de colocar carteles, el Estado no elimina
los riesgos evitables, cuando el avance de la técnica vial lo
hace posible? El ingeniero Pascual Palazzo, fundador de la
cátedra de Vías de Comunicación, en la UBA, enseñaba: “El
camino ideal es aquel que no tiene ningún cartel de peligro,
porque todos los riesgos previsibles han sido eliminados”.
La teoría conductualista muy en boga en nuestro país atribuye
el peso principal de la culpa al conductor. Se sostiene que el
90% de los siniestros son culpa del conductor: porque iba
rápido; porque se distrajo; porque somos latinos e
indisciplinados y manejamos mal con escaso respeto de las
normas. Ahora ha surgido una nueva teoría: las trece víctimas
de La Francia ocurrieron porque iban muchas personas en cada
vehículo.
¿Cómo abordaron esta compleja cuestión los países que
funcionan? En EE.UU., la tasa de siniestralidad antes de
construirse las autopistas (1956) era también muy elevada:
6,28 muertos cada 100 millones de vehículos/milla recorridos.
El Estado, en lugar de echarles la culpa a los conductores,
diagnosticó que los accidentes se producían por las
deficiencias estructurales de sus rutas mortales y,
consecuentemente, construyó la Red Eisenhower de autopistas.
La siniestralidad bajó a la octava parte. El gobierno federal
no se limitó a llenar las rutas con carteles alertando los
peligros. Hizo algo más eficaz: los suprimió sobre la base de
la ingeniería vial.
El Congreso de la Nación tiene a consideración un proyecto de
ley para construir una red de autopistas. Si sirve, debe
aprobarla, y si no sirve, reemplazarla por otra mejor. Lo que
no es admisible, porque tiene un insoportable costo social, es
no hacer nada.
Por Guillermo Laura.
El autor es presidente de la
Fundación Metas Siglo XXI.
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