03 de Agosto de 2009
Dudan. Se recelan. Desconfían casi de todo. Gobierno,
políticos opositores y ruralistas no saben si se
sorprenderán con un fantasma nuevo o viejo a la vuelta de la
próxima esquina.
El
campo quedó anteayer a las puertas de un nuevo conflicto con
los que gobiernan. Borren todo: esa reunión no existió, dijo
un dirigente agropecuario al aludir al diálogo con el jefe
de Gabinete y a los pocos resultados del encuentro.
En otros ámbitos, los opositores políticos
preparan el golpe más contundente que podría recibir la
administración desde que perdió las últimas elecciones: el
Congreso le negaría la prórroga de todas las facultades
extraordinarias que le delegó al Ejecutivo en el último
siglo. La más importante facultad delegada que caería sería,
precisamente, la de fijar las retenciones a las
exportaciones.
Ese
crucial debate en el Congreso comenzará el miércoles
próximo. Senadores y diputados quieren anular ese mismo día,
además, el decreto que dispuso un aumentó cósmico para las
tarifas de gas. Hay un proyecto en ese sentido en cada una
de las cámaras. ¿Cómo están los números en el Congreso? Una
cosa son los números teóricos (el Gobierno no perdió aún su
vieja mayoría) y otra son los números políticos. ¿Cuántos
legisladores defenderán semejante aumento de tarifas en
nombre de un gobierno que perdió?, espolea un diputado
oficialista. El decreto caerá, probablemente. Una cámara lo
anulará el miércoles; luego lo derribará la otra.
Las
tarifas han aumentado en un 400 por ciento en muchos casos;
una revolución de jueces está sucediendo con la aprobación
de los pedidos de amparo de muchos ciudadanos.
Los jueces ordenan, por lo
general, que los damnificados abonen sólo el consumo, pero
no los montos asignados para que Julio De Vido haga
inciertas obras de infraestructura o para que pague las
importaciones de gas. El increíble aumento de las tarifas de
gas es la expresión cabal del fracaso de la voluntarista
política energética de los últimos seis años. Una larga
fiesta ha llegado a su fin; las facturas del dispendio la
están pagando quienes nunca fueron consultados sobre si
querían participar de esa fiesta.
Una
corriente de peronistas no alienada con Kirchner está en
desacuerdo con la recuperación por parte del Congreso de sus
facultades para fijar las retenciones. Acepta que es una
facultad constitucional del Congreso, pero la Constitución,
agrega, legisló sobre las condiciones de un mundo que no es
éste. Los mercados internacionales, argumentan, se mueven
ahora con un ritmo mucho más veloz que el parlamentario.
Cierto o
no, ese criterio no prima en el Parlamento. Allí, los
bloques liderados por el radicalismo, los peronistas
disidentes, los pocos radicales K que quedan y hasta algunos
peronistas kirchneristas se agolpan para votar en contra de
la prórroga de todas las facultades delegadas. Es un alud
imparable en contra del Gobierno, describió un kirchnerista
preocupado. El kirchnerismo sólo tendría 30 votos seguros en
el Senado (se necesitan 37 para la mayoría) y perdió el
quórum en Diputados antes de la renovación de diciembre.
Le
están dando argumentos a Kirchner para que diga que así no
se puede gobernar, alertó un hombre que conoce las
reacciones del ex presidente. Pero ¿por qué cambiarían los
opositores cuando se siguen usando los mismos argumentos
oficiales del viejo combate con el campo? ¿Por qué, cuando
prevalecen las mismas políticas que fueron derrotadas hace
un mes? En la vida política abundan muchas cosas, menos los
suicidas.
Ocurre,
también, que nadie imagina a Kirchner durante mucho tiempo
en el cono de sombras donde está ahora. Nadie supone que
perseverará callado, escondido y entre las cuerdas. Algunos
prevén que podría lanzar una idea conmocionante sobre las
reservas petroleras del país. ¿Otro manotazo como el de las
AFJP? No se sabe, pero el runrún existe en niveles
encumbrados de la República. Otras voces lo entrevén
convocando a un espectacular referéndum sobre la gestión de
Cristina Kirchner. ¿Y si el Gobierno perdiera otra vez?
Entonces vendría el adiós, pronosticó un ministro.
Los
dirigentes agropecuarios recuperaron el papel de víctimas
que los hizo populares. Los llamaron a dialogar. Fueron al
diálogo. Aníbal Fernández los escuchó y refutó algunas ideas
generales. Nunca se dijo nada explícitamente en la reunión
sobre la negativa del gobierno a bajar las retenciones. Los
líderes del campo creyeron más en la amabilidad de los
gestos que en las palabras que escucharon. Pero en la
conferencia de prensa posterior de Fernández y de Débora
Giorgi, disciplinada ministra de la Producción, se
desayunaron de todos los noes que les habían asestado. Más
aún: Giorgi habló ante los periodistas de cosas que nunca
habló con los ruralistas. Nos fuimos con expectativas sin
contenidos, es cierto, pero luego nos encontramos con un
fracaso, relató uno de esos líderes.
¿El Gobierno les había aceptado algo que después desconoció?
No nos dijeron que sí, pero tampoco nunca nos dijeron que
no, narraron.
Los problemas entre el Gobierno y los
ruralistas son dos, ahora. Uno: ninguno de los dos quiere
ser el primero en romper la embrionaria negociación. El
precio de la confrontación será caro frente a una sociedad
que está pidiendo un armisticio. Los dos saben, sin embargo,
que caminan hacia un nuevo conflicto. El otro: la antigua
cruzada política tiene ahora más condimentos económicos que
políticos. Muchos pequeños productores tenían problemas para
alimentar a sus animales; ahora ya empiezan a tener
problemas para alimentarse ellos mismos. Ese es el
estrechísimo margen en el que les toca bailar a los
dirigentes rurales.
El Gobierno tiene, a su vez, enormes
problemas de recaudación y de recursos.
Una de las facultades delegadas le sirvió hace quince días
para modificar el inciso de una ley. Ese cambio le permite a
la pequeña caja de jubilaciones militares comprar títulos
públicos. ¿Cuánto dinero puede invertir en títulos públicos
una caja de jubilaciones militares? Poco. El dato es
demostrativo de la astenia fiscal del gobierno y de su
renuencia a enfrentarse en el Congreso con esa clase de
debates. Tal vez los dos carecemos ya de espacios prácticos
para ceder, aceptó ayer un dirigente del campo.
El
conflicto que plantea el Gobierno no se refiere sólo a esas
carencias (y a los errores que las hicieron posibles), sino
también a sus intransigencias.
Un día antes de la
reunión de Fernández con los líderes rurales, la Presidenta
firmó un acuerdo sobre subsidios a la lechería con un grupo
de lecheros que los productores consideran traidores.
Guillermo Moreno armó ese acto de cooptación, en la que
algunos campesinos se desesperaban por saludar a Cristina
Kirchner. Inmejorable foto para abroquelar al resto del
ruralismo, inmensamente mayoritario, en contra del Gobierno.
Dividirnos ha sido siempre el principal proyecto de los
Kirchner y de Moreno, se ofenden los ruralistas. Moreno no
sólo es un símbolo de las líneas oficiales derrotadas por la
política y la economía; es también un ejemplo tangible de
que los gobernantes no quieren cambiar nada.
La cuota
Hilton sobre exportaciones de carne era una responsabilidad
de la Secretaría de Agricultura y Ganadería. Según el último
anuncio sobre esas exportaciones, éstas serán controladas de
ahora en más por la Oncaa, que a su vez controla Ricardo
Echegaray, un enemigo aún más odiado que Moreno por los
ruralistas. No teníamos secretario de Agricultura y ahora no
tenemos secretaría, rumió un dirigente rural. No hubo, ni
antes ni después del diálogo, ningún gesto concreto que
rectificara el enfrentamiento y la crispación de los últimos
años.
Aceptamos las reglas del juego, pero la confianza no existe,
dijo el influyente jefe del bloque de senadores radicales,
Ernesto Sanz. Iremos al Congreso por las retenciones. Ya
basta de hablar con el Gobierno sobre ese tema, señalaron
los máximos dirigentes agropecuarios.
¿Por qué debería
ser constructivo el diálogo con los adversarios si los
gobernadores peronistas Daniel Scioli y Juan Manuel Urtubey
se fueron de sus reuniones con la Presidente con el gusto
amargo de la desilusión? Urtubey sólo pudo intercalar su
primera crítica, sobre el Indec, y debió callar
definitivamente. Y no le permitieron a Scioli que
intercediera por los problemas rurales.
La
Argentina deberá importar carne el año próximo para el
consumo interno; esa perspectiva es ya inmodificable. La
superficie sembrada de trigo de este año es la menor en 110
años de historia nacional. Es cierto que el gobierno
kirchnerista ha fracasado con la energía, pero también
equivocó seriamente las políticas agropecuarias. ¿Teoría
solamente? Lo peor de todo es que ya se pueden tocar hasta
con las manos las pruebas de la ruina.
Reproducción
textual de la columna del politólogo Joaquín Morales Solá,
en el diario La Nación.