20 de Julio de 2009
Entrevista
con Zygmunt Bauman
Un mundo nuevo
y cruel
El sociólogo que sacudió a las
ciencias sociales con su concepto de "modernidad líquida"
advierte, en una entrevista exclusiva, que hay un temible
divorcio entre poder y política, socios hasta hoy
inseparables en el estado-nación. En todo el mundo, dice, la
población se divide en barrios cerrados, villas miseria y
quienes luchan por ingresar o no caer en uno de esos guetos.
Aún no llegamos al punto de no retorno, dice con un toque de
optimismo.
GUETOS DE UNO Y OTRO LADO. Las
ciudades exhiben sus contrastes
y sus áreas de exclusión.
Aquí, una imagen de Hong Kong
How to spend
it.... Cómo
gastarlo. Ese es el
nombre de un suplemento del diario británico Financial
Times. Ricos y poderosos lo leen para saber qué hacer con el
dinero que les sobra. Constituyen una pequeña parte de un
mundo distanciado por una frontera infranqueable. En ese
suplemento alguien escribió que en un mundo en el que
"cualquiera" se puede permitir un auto de lujo, aquellos que
apuntan realmente alto "no tienen otra opción que ir a por
uno mejor..." Esta cosmovisión le sirvió a Zygmunt Bauman
para teorizar sobre cuestiones imprescindibles y así
intentar comprender esta era. La idea de felicidad, el mundo
que está resurgiendo después de la crisis, seguridad versus
libertad, son algunas de sus preocupaciones actuales y que
explica en sus recientes libros: Múltiples
culturas, una sola humanidad (Katz
editores) y El
arte de la vida (Paidós).
"No es posible ser realmente libre si no se tiene seguridad,
y la verdadera seguridad implica a su vez la libertad",
sostiene desde Inglaterra por escrito.
Bauman nació en Polonia pero se fue expulsado por el
antisemitismo en los 50 y recaló en los 60 en Gran Bretaña.
Hoy es profesor emérito de la Universidad de Leeds. Estudió
las estratificaciones sociales y las relacionó con el
desarrollo del movimiento obrero. Después analizó y criticó
la modernidad y dio un diagnóstico pesimista de la sociedad.
Ya en los 90 teorizó acerca de un modo diferente de enfocar
el debate cuestionador sobre la modernidad. Ya no se trata
de modernidad versus posmodernidad sino del pasaje de una
modernidad "sólida" hacia otra "líquida". Al mismo tiempo y
hasta el presente se ocupó de la convivencia de los
"diferentes", los "residuos humanos" de la globalización:
emigrantes, refugiados, parias, pobres todos. Sobre este
mundo cruel y desigual versó este diálogo con Bauman.
Uno de sus nuevos libros se llama Múltiples
culturas, una sola humanidad.
¿Hay en este concepto una visión
"optimista" del mundo de hoy?
Ni optimista ni pesimista... Es sólo una evaluación sobria
del desafío que enfrentamos en el umbral del siglo XXI.
Ahora todos estamos interconectados y somos
interdependientes. Lo que pasa en un lugar del globo tiene
impacto en todos los demás, pero esa condición que
compartimos se traduce y se reprocesa en miles de lenguas,
de estilos culturales, de depósitos de memoria. No es
probable que nuestra interdependencia redunde en una
uniformidad cultural. Es por eso que el desafío que
enfrentamos es que estamos todos, por así decirlo, en el
mismo barco; tenemos un destino común y nuestra
supervivencia depende de si cooperamos o luchamos entre
nosotros. De todos modos, a veces diferimos mucho en algunos
aspectos vitales. Tenemos que desarrollar, aprender y
practicar el arte de vivir con diferencias, el arte de
cooperar sin que los cooperadores pierdan su identidad, a
beneficiarnos unos de otros no a pesar de, sino gracias a
nuestras diferencias.
Es paradójico, pero mientras se exalta el libre
tránsito de mercancías, se fortalecen y construyen fronteras
y muros. ¿Cómo se sobrevive a esta tensión?
Eso sólo parece ser una paradoja. En realidad, esa
contradicción era algo esperable en un planeta donde las
potencias que determinan nuestra vida, condiciones y
perspectivas son globales, pueden ignorar las fronteras y
las leyes del estado, mientras que la mayor parte de los
instrumentos políticos sigue siendo local y de una completa
inadecuación para las enormes tareas a abordar.
Fortificar las viejas fronteras y trazar otras nuevas,
tratar de separarnos a "nosotros" de "ellos", son reacciones
naturales, si bien desesperadas, a esa discrepancia. Si esas
reacciones son tan eficaces como vehementes es otra
cuestión. Las soberanías locales territoriales van a seguir
desgastándose en este mundo en rápida globalización.
Hay escenas comunes en Ciudad de México, San
Pablo, Buenos Aires: de un lado villas miseria; del otro,
barrios cerrados. Pobres de un lado, ricos del otro.
¿Quiénes quedan en el medio?
¿Por qué se limita a
las ciudades latinoamericanas? La misma tendencia prevalece
en todos los continentes. Se trata de otro intento
desesperado de separarse de la vida incierta, desigual,
difícil y caótica de "afuera". Pero las vallas tienen dos
lados. Dividen el espacio en un "adentro" y un "afuera",
pero el "adentro" para la gente que vive de un lado del
cerco es el "afuera" para los que están del otro lado.
Cercarse en una "comunidad cerrada" no puede sino significar
también excluir a todos los demás de los lugares dignos,
agradables y seguros, y encerrarlos en sus barrios pobres.
En las grandes ciudades, el espacio se divide en
"comunidades cerradas" (guetos voluntarios) y "barrios
miserables" (guetos involuntarios). El resto de la población
lleva una incómoda existencia entre esos dos extremos,
soñando con acceder a los guetos voluntarios y temiendo caer
en los involuntarios.
¿Por qué se cree que el mundo de hoy padece una
inseguridad sin precedentes? ¿En otras eras se vivía con
mayor seguridad?
Cada época y cada tipo de sociedad tiene sus propios
problemas específicos y sus pesadillas, y crea sus propias
estratagemas para manejar sus propios miedos y angustias. En
nuestra época, la angustia aterradora y paralizante tiene
sus raíces en la fluidez, la fragilidad y la inevitable
incertidumbre de la posición y las perspectivas sociales.
Por un lado, se proclama el libre acceso a todas las
opciones imaginables (de ahí las depresiones y la auto
condena: debo
tener algún problema si no consigo lo que otros lograron );
por otro lado, todo lo que ya se ganó y se obtuvo es nuestro
"hasta nuevo aviso" y podría retirársenos y negársenos en
cualquier momento. La angustia resultante permanecería con
nosotros mientras la "liquidez" siga siendo la
característica de la sociedad. Nuestros abuelos lucharon con
valentía por la libertad. Nosotros parecemos cada vez más
preocupados por nuestra seguridad personal... Todo indica
que estamos dispuestos a entregar parte de la libertad que
tanto costó a cambio de mayor seguridad.
Esto nos llevaría a otra paradoja. ¿Cómo maneja
la sociedad moderna la falta de seguridad que ella misma
produce?
Por medio de todo tipo de estratagemas, en su mayor parte a
través de sustitutos. Uno de los más habituales es el
desplazamiento/trasplante del terror a la globalización
inaccesible, caótica, descontrolada e impredecible a sus
productos: inmigrantes, refugiados, personas que piden
asilo. Otro
instrumento es el que proporcionan las llamadas "comunidades
cerradas" fortificadas contra extraños, merodeadores y
mendigos, si bien son incapaces de detener o desviar las
fuerzas que son responsables del debilitamiento de nuestra
autoestima y actitud social, que amenazan con destruir. En
líneas más generales: las estratagemas más extendidas se
reducen a la sustitución de preocupaciones sobre la
seguridad del cuerpo y la propiedad por preocupaciones sobre
la seguridad individual y colectiva sustentada o negada en
términos sociales.
¿Hay futuro? ¿Se puede pensarlo? ¿Existe en el
imaginario de los jóvenes?
El filósofo británico John Gray destacó que "los gobiernos
de los estados soberanos no saben de antemano cómo van a
reaccionar los mercados (...) Los gobiernos nacionales en la
década de 1990 vuelan a ciegas." Gray no estima que el
futuro suponga una situación muy diferente. Al igual que en
el pasado, podemos esperar "una sucesión de contingencias,
catástrofes y pasos ocasionales por la paz y la
civilización", todos ellos, permítame agregar, inesperados,
imprevisibles y por lo general con víctimas y beneficiarios
sin conciencia ni preparación. Hay muchos indicios de
que, a diferencia de sus padres y abuelos, los jóvenes
tienden a abandonar la concepción "cíclica" y "lineal" del
tiempo y a volver a un modelo "puntillista": el tiempo se
pulveriza en una serie desordenada de "momentos", cada uno
de los cuales se vive solo, tiene un valor que puede
desvanecerse con la llegada del momento siguiente y tiene
poca relación con el pasado y con el futuro. Como la fluidez
endémica de las condiciones tiene la mala costumbre de
cambiar sin previo aviso, la atención tiende a concentrarse
en aprovechar al máximo el momento actual en lugar de
preocuparse por sus posibles consecuencias a largo plazo.
Cada punto del tiempo, por más efímero que sea, puede
resultar otro "big bang", pero no hay forma de saber qué
punto con anticipación, de modo que, por las dudas, hay que
explorar cada uno a fondo.
Es una época en la que los miedos tienen un
papel destacado. ¿Cuáles son los principales temores que
trae este presente?
Creo que las características más destacadas de los miedos
contemporáneos son su naturaleza diseminada, la
subdefinición y la subdeterminación, características que
tienden a aparecer en los períodos de lo que puede llamarse
un "interregno". Antonio Gramsci escribió en Cuadernos
de la cárcel lo
siguiente: "La crisis consiste precisamente en el hecho de
que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer: en
este interregno aparece una gran variedad de síntomas
mórbidos". Gramsci dio al término "interregno" un
significado que abarcó un espectro más amplio del orden
social, político y legal, al tiempo que profundizaba en la
situación sociocultural; o más bien, tomando la memorable
definición de Lenin de la "situación revolucionaria" como la
situación en la que los gobernantes ya no pueden gobernar
mientras que los gobernados ya no quieren ser gobernados,
separó la idea de "interregno" de su habitual asociación con
el interludio de la trasmisión (acostumbrada) del poder
hereditario o elegido, y lo asoció a las situaciones
extraordinarias en las que el marco legal existente del
orden social pierde fuerza y ya no puede mantenerse,
mientras que un marco nuevo, a la medida de las nuevas
condiciones que hicieron inútil el marco anterior, está aún
en una etapa de creación, no se lo terminó de estructurar o
no tiene la fuerza suficiente para que se lo instale.
Propongo reconocer la situación planetaria actual como un
caso de interregno. De hecho, tal como postuló Gramsci, "lo
viejo está muriendo". El viejo orden que hasta hace poco se
basaba en un principio igualmente "trinitario" de
territorio, estado y nación como clave de la distribución
planetaria de soberanía, y en un poder que parecía vinculado
para siempre a la política del estado-nación territorial
como su único agente operativo, ahora está muriendo. La
soberanía ya no está ligada a los elementos de las entidades
y el principio trinitario; como máximo está vinculada a los
mismos pero de forma laxa y en proporciones mucho más
reducidas en dimensiones y contenidos. La presunta unión
indisoluble de poder y política, por otro lado, está
terminando con perspectivas de divorcio. La soberanía está
sin ancla y en flotación libre.
Los estados-nación se encuentran
en situación de compartir la compañía conflictiva de
aspirantes a, o presuntos sujetos soberanos siempre en pugna
y competencia, con entidades que evaden con éxito la
aplicación del hasta entonces principio trinitario
obligatorio de asignación, y con demasiada frecuencia
ignorando de manera explícita o socavando de forma furtiva
sus objetos designados. Un número cada vez mayor de
competidores por la soberanía ya excede, si no de forma
individual sin duda de forma colectiva, el poder de un
estado-nación medio (las compañías comerciales, industriales
y financieras multinacionales ya constituyen, según Gray,
"alrededor de la tercera parte de la producción mundial y
los dos tercios del comercio mundial").
La "modernidad líquida", como un tiempo donde
las relaciones sociales, económicas, discurren como un
fluido que no puede conservar la forma adquirida en cada
momento, ¿tiene fin?
Es difícil contestar esa pregunta, no sólo porque el futuro
es impredecible, sino debido al "interregno" que mencioné
antes, un lapso en el que virtualmente todo puede pasar pero
nada puede hacerse con plena seguridad y certeza de éxito.
En nuestros tiempos, la gran pregunta no es "¿qué hace
falta hacer?", sino "¿quién puede hacerlo?" En la actualidad
hay una creciente separación, que se acerca de forma
alarmante al divorcio, entre poder y política, los dos
socios aparentemente inseparables que durante los dos
últimos siglos residieron –o creyeron y exigieron residir–
en el estado nación territorial. Esa separación ya derivó en
el desajuste entre las instituciones del poder y las de la
política. El poder desapareció del nivel del estado nación y
se instaló en el "espacio de flujos" libre de política,
dejando a la política oculta como antes en la morada que se
compartía y que ahora descendió al "espacio de lugares". El
creciente volumen de poder que importa ya se hizo global. La
política, sin embargo, siguió siendo tan local como antes.
Por lo tanto, los poderes más relevantes permanecen fuera
del alcance de las instituciones políticas existentes,
mientras que el marco de maniobra de la política interna
sigue reduciéndose. La situación planetaria enfrenta ahora
el desafío de asambleas ad hoc de poderes discordantes que
el control político no limita debido a que las instituciones
políticas existentes tienen cada vez menos poder. Estas se
ven, por lo tanto, obligadas a limitar de forma drástica sus
ambiciones y a "transferir" o "tercerizar" la creciente
cantidad de funciones que tradicionalmente se confiaba a los
gobiernos nacionales a organizaciones no políticas. La
reducción de la esfera política se autoalimenta, así como la
pérdida de relevancia de los sucesivos segmentos de la
política nacional redunda en el desgaste del interés de los
ciudadanos por la política institucionalizada y en la
extendida tendencia a reemplazarla con una política de
"flotación libre", notable por su carácter expeditivo, pero
también por su cortoplacismo, reducción a un único tema,
fragilidad y resistencia a la institucionalización.
¿Cree que esta crisis global que estamos
padeciendo puede generar un nuevo mundo, o al menos un poco
diferente?
Hasta ahora, la reacción a la "crisis del crédito", si bien
impresionante y hasta revolucionaria, es "más de lo mismo",
con la vana esperanza de que las posibilidades vigorizadoras
de ganancia y consumo de esa etapa no estén aún del todo
agotadas: un esfuerzo por recapitalizar a quienes prestan
dinero y por hacer que sus deudores vuelvan a ser confiables
para el crédito, de modo tal que el negocio de prestar y de
tomar crédito, de seguir endeudándose, puedan volver a lo
"habitual". El
estado benefactor para los ricos volvió a los salones de
exposición, para lo cual se lo sacó de las dependencias de
servicio a las que se había relegado temporalmente sus
oficinas para evitar comparaciones envidiosas.
Pero hay individuos que padecen las
consecuencias de esta crisis de los que poco se habla. Los
protagonistas visibles son los bancos, las empresas...
Lo que se olvida alegremente (y de forma estúpida) en esa
ocasión es que la naturaleza del sufrimiento humano está
determinada por la forma en que las personas viven. El dolor
que en la actualidad se lamenta, al igual que todo mal
social, tiene profundas raíces en la forma de vida que
aprendimos, en nuestro hábito de buscar crédito para el
consumo. Vivir del crédito es algo adictivo, más que casi o
todas las drogas, y sin duda más adictivo que otros
tranquilizantes que se ofrecen, y décadas de generoso
suministro de una droga no pueden sino derivar en shock y
conmoción cuando la provisión se detiene o disminuye. Ahora
nos proponen la salida aparentemente fácil del shock que
padecen tanto los drogadictos como los vendedores de drogas:
la reanudación del suministro de drogas. Hasta ahora no hay
muchos indicios de que nos estemos acercando a las raíces
del problema. En el momento en que se lo detuvo ya al borde
del precipicio mediante la inyección de "dinero de los
contribuyentes", el banco TSB Lloyds empezó a presionar al
Tesoro para que destinara parte del paquete de ahorro a los
dividendos de los accionistas. A pesar de la indignación
oficial, el banco procedió impasible a pagar bonificaciones
cuyo monto obsceno llevó al desastre a los bancos y sus
clientes. Por más impresionantes que sean las medidas que
los gobiernos ya tomaron, planificaron o anunciaron, todas
apuntan a "recapitalizar" los bancos y permitirles volver a
la "actividad normal": en otras palabras, a la actividad que
fue la principal responsable de la crisis actual. Si los
deudores no pudieron pagar los intereses de la orgía de
consumo que el banco inspiró y alentó, tal vez se los pueda
inducir/obligar a hacerlo por medio de impuestos pagados al
estado. Todavía no empezamos a pensar con seriedad en la
sustentabilidad de nuestra sociedad de consumo y crédito. La
"vuelta a la normalidad" anuncia una vuelta a las vías malas
y siempre peligrosas. De todos modos todavía no llegamos al
punto en que no hay vuelta atrás; aún hay tiempo (poco) de
reflexionar y cambiar de camino; todavía podemos convertir
el shock y la conmoción en algo beneficioso para nosotros y
para nuestros hijos.
Entrevista
para The New York Times.