09 de Febrero de 2009
El
alcohol fue el único hit del verano en la costa: se triplicó
el consumo
Los jóvenes
toman en la previa, en los boliches y en los fogones de la
playa. Coimean para que les dejen utilizar las carpas. De la
cerveza a las bebidas blancas más pesadas. Daño neuronal,
cambios culturales y responsabilidad de los padres.
El hombre
los deja. Vigila el balneario durante la noche y siempre pega
la misma vuelta. Camina entre las carpas iluminando con una
linterna potente el interior de cada una, y está acostumbrado
a lo que sea: los vio borrachos, teniendo sexo, sangrando, vio
chicas de menos de quince refregarse con pibes de 23, echó a
tipos grandes que venían a vender bebida blanca, se peleó con
un par, llamó una ambulancia, atendió periodistas. Pero a
éstos los deja. Son siete varones y seis mujeres, todos
amontonados, mezclando vodka con Red Bull en vasitos de
plástico blanco. Ninguno tiene más de 19 años. Le dicen, al
cuidador, que por dejarlos estar ahí, por ser tan bueno con
ellos, debería ser intendente de Pinamar. Tres y media de la
mañana.
–No
molestan. Toman un traguito. Marihuana no los dejo. Sólo
alcohol. Pero a veces se complica. Ahora suele aparecer la
policía, los sábados, y les saca las botellas y se las vacía.
Dice el
sereno, y a 20 metros, en la carpa, los chicos parecen
animales controlados, abastecidos, en la jaula de un
zoológico. Abstraída, quitada de contexto, la imagen transmite
cierta tranquilidad. Pero dos horas más tarde, todo puede ser
un desastre. O una noticia. Desde hace por lo menos veinte
días, de manera sostenida, los medios de comunicación vienen
contando el verano más salvaje de los últimos años. El saldo
brutal de esta temporada incluye a un joven degollado en San
Bernardo; once ahogados, según la asociación Madres del Dolor,
por salir borrachos de bailar y meterse al mar; otro internado
por recibir un botellazo que cayó desde un b a l - cón; dos
acuchillados en Pinamar; más de 15 golpeados hasta la rotura.
¿QUÉ PASA?
Los episodios de violencia se reiteran sin freno. La policía
no sirve. Y los adultos discuten qué hacer, pero siempre
después de los hechos. Con una carencia total de sentido de la
previsión, se piensa en la seguridad de los jóvenes como algo
posterior a la desgracia. Los adolescentes, mientras tanto,
aparecen abandonados en una playa –o en el interior de un
boliche o adentro de un departamento alquilado por sus propios
padres– como si no hubiera antecedentes nefastos. Como si
Cromañón, por ejemplo, no hubiera existido. El contraste es
abrumador porque las mismas arenas que durante el día albergan
a la clase media argentina, la clase alta y la clase
dirigente, por las noches, se convierten en el escenario de la
desidia y el descontrol.
QUÉ SE USA.
Se asiste, entonces, a un cambio de paradigma. Los chicos de
hoy adoptaron nuevas formas de diversión. Otros hábitos: la
previa, esa antítesis de la gira bailable regada con alcohol,
aparece como una escala central de la noche adolescente. Se
hace en las carpas de los balnearios, o en las casas, en el
caso de los chicos que veranean en grupo, sin su familia. La
cerveza o los tragos, que antes se consumían dentro de la
disco, ahora se compran por la tarde en supermercados
atendidos por comerciantes que no piden DNI y venden a menores
de edad, desconociendo que la ley lo prohíbe. El boliche es,
quizás, el lugar donde menos se consume. Pero al boliche, es
norma, se llega borracho.
Entre lo
padres, mientras tanto, está expandida la idea de que los
hijos de uno no se meten en problemas.
–¿Los míos?
Los míos son responsables y conocen los límites –explica una
madre. Pero a la misma hora en que lo dice, sentada a la mesa
del quincho de una casa cualquiera de Pinamar, rodeada de
gente jovial, profesional e informada, su hijo se está
bebiendo en la rotonda de la avenida Bunge un vino blanco con
Fanta o un champagne con Speed, y eso será lo primero y luego
vendrán más tragos y más mezclas. Ejecuta –de manera
sistemática– la decisión consensuada de ponerse en pedo hasta
no dar más. Ése es el boleto para pasear el resto de la
madrugada, para tirar hasta que amanezca, para no estar
“careta” y animarte a encarar esa minita que te gusta y está
mas ebria que vos, para pasear por la entrañas del boliche sin
aburrirte en el intento. La ecuación indica que lúcido se
puede estar bien, pero escabiado mejor.
CONFESIÓN DE
PARTE. El monólogo lo hace un rubio con cara de buen alumno,
que al principio no se anima a hablar porque teme que sus
padres lo lean.
–La previa
es en la playa, si viniste con tu familia y no podés reunirte
en tu casa, o en un departamento, si alquilaste algo con tus
amigos. La previa es eso, la previa, como dice la palabra, el
antes. Además, es necesaria porque está mejor entrar escabiado
al boliche. Si no, es un embole. Y además porque en un boliche
no se puede tomar tanto porque es caro, no conviene. ¿Cómo
compramos? Nosotros somos todos mayores de 18. Yo tengo 18,
por ejemplo. Él, 19. Ella no, 16. Pero en general, no hay
drama porque te piden el documento y se lo mostrás y listo.
Sí, sí, te lo piden, en el mercadito de Ostende te lo piden.
¿Mis viejos? Están en casa. Vinieron ahora, la primera de
febrero. Pero nosotros vinimos antes, la segunda de enero.
Somos de Capital. Nosotros somos amigos. A ellas las conocimos
acá. Hay una chiquita de 15, diminuta, pelo corto, cara de
muñeca:
–Después
ponen cualquier cosa, pero la previa es estar tomando algo con
tus amigos. Y emborracharte un poco… y bueno, hay que
divertirse, ¿o no?
De otro
lado, los comerciantes consultados juran que piden documentos
al tiempo que aseguran que este verano “aunque tuvo un turismo
muy desparejo”, se triplicó la venta de alcohol.
El punto más
álgido de la madrugada, el pico de hormona adolescente, se
desata durante la desconcentración, cuando suena el timbre de
salida de la disco y la masa sale a la calle. Es el momento en
que unos corren hacia las playas a practicar un after hour
desbordado y también cuando se arman las bataholas, las peleas
diez contra diez, entre gritos y sirenas, iluminadas por la
primera luz del día.
–Vos podés
estar tranquilo –dice Federico–, pero te puede pasar lo que me
pasó a mí. Federico tiene la nariz partida. Lo agarraron hace
dos semanas once rugbiers tucumanos de entre 19 y 25 años, y
lo molieron a golpes, según dice, porque rozó a uno de ellos.
–Pasé
caminando por al lado, toqué sin querer a uno, se dio vuelta y
me partió el labio de una trompada. Después fue todo un
desastre. Me hice bolita y dejé que me pegaran.
A la guardia
del hospital de Pinamar ingresaron en el mes de enero 124
jóvenes con cuadros de grandes ingestas de alcohol: 80 varones
y 44 mujeres; 74 mayores y 50 menores de edad. Cuatro por día.
Según los médicos, casi todos chicos estaban de vacaciones y
habían venido solos o con sus familias.
Durante los
primeros días del mes hubo una calma extendida, pero las cosas
empeoraron después de la segunda quincena y la violencia fue
noticia. A mediados de mes, entonces, cuando cayó una botella
desde un balcón de Pinamar sobre la cabeza de José Luis
Martín, un chico de 19 años que caminaba rumbo a su trabajo,
el concejal Jorge Yeza propuso crear un registro para jóvenes
que alquilan departamentos solos durante el verano. Una idea
interesante y con rebote, pero con un interrogante previo:
¿quién le alquila a los chicos solos? “Los mismos padres –dice
Yeza–. Gente muy generosa, con inmensas posibilidades
económicas, que vienen y te dicen que quieren premiar a su
hijo porque acaba de terminar el secundario y se lo merece.
Les decís que no, que es una locura hacerlo porque rompen todo
y es un riesgo. Te dicen: ‘Si pasa algo, respondo yo’.”
Los adultos
valoran los actos de sus hijos sobre la base de la experiencia
doméstica. Pueden responder por el pibe, que es un ejemplo en
el colegio o en el club o en la casa misma, por sus actos
individuales, pero olvidan que en manada van en busca de otros
estímulos y los parámetros se alteran. La chica rubia de 18
años que ahora se menea en un fogón playero, a las 7.10 de la
mañana, con una botella de champagne en la mano acaba de
contar que q u i e r e s e r pediatra. Probablemente lo
consiga, pero ahora está posesa y mientras todos le celebran
su contoneo, ella quiebra el cuello y bebe todavía más.
–Es difícil
para un policía –dice el comisario Juan Tedesco, encargado de
organizar los operativos de control que poco pudieron contener
este verano–, porque al chico no lo podés detener por eso, y
vos estás viendo que se está lastimando. Por otro lado, a las
siete de la mañana, la misma situación se multiplica por mil.
Y mientras tenés a la chica borracha en la playa, hay diez a
las piñas en la calle.
–La
sensación –dice un médico, padre, que veranea en Pinamar– es
que los chicos hacen acá lo mismo que en los lugares donde
viven, pero acá todo se dispara peligrosamente porque el
municipio no cuenta con estructura para controlar. Estas
ciudades están vacías durante diez meses. Cuando llega el
verano, los locales necesitan facturar, y nadie se acuerda de
pensar en medidas preventivas. Se abre la puerta y se deja que
la multitud entre y que sea lo que Dios quiera. Yo sé que mi
hijo vuelve borracho, tiene 17, pero no puedo impedirle que
salga, ni que haga cagadas. Sólo me queda rezar y reclamar a
los que mandan en esta ciudad medidas básicas de seguridad.
Culmina, y
se acerca al punto. Los sociólogos utilizan el concepto de
“riesgo controlado” para tratar temas vinculados con la
juventud y los límites. Naturalmente, un adolescente en algún
momento se pasará de la raya, franqueará el orden establecido:
va a equivocarse. El desafío está en ver qué hacer para que el
riesgo disminuya, para que las consecuencias estén dentro de
lo previsible. Y ésa es tarea de adultos: de padres y del
Estado. Pero durante todo enero, en la costa atlántica
argentina, las redes de contención no fueron eficientes,
ofrecieron resquicios, agujeros tremendos, por donde se filtró
la desgracia y todo pudo ser peor. Nadie se ocupó de operar
sobre los riesgos, de tejer tramas de prevención. De milagro,
este verano no fue peor.
Gonzalo Sánchez,
desde Pinamar, para diario Perfil.
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