28 de Enero de 2009
Punta y los hábitos de
superlujo
Mansiones,
flotas de barcos, menús a medida y joyas por varios miles de
dólares
En la calle El Remanso, se aglutinan las casas de venta de más
alto nivel | Foto: Maxie Amena
PUNTA DEL ESTE.- "A mí denme
lo superfluo, que lo necesario todo el mundo puede tenerlo",
decía Oscar Wilde. Si siguiera vivo, probablemente se daría
una vuelta por Punta del Este, donde los ricos y famosos
aprovechan el anonimato que otorga el balneario para dar
rienda suelta a sus gustos más excéntricos y exquisitos, a
costos que siempre exceden las varias decenas de miles de
dólares, y que incluyen barcos, limusinas, chacras, shopping
de lujo y menús a medida del cliente.
"Lo que atrae de acá es que
se puede usar un buen auto o comprar algo caro sin miedo a que
te miren mal o a que te quieran robar. Uno se siente seguro y
cómodo", explica Catalina, una empresaria argentina que visita
las playas esteñas desde hace décadas.
La exclusividad de la
clientela es tal que algunos se hacen llevar los productos
hasta donde están para mirarlos con tranquilidad. "Muchos
piden que le llevemos piezas directo al cuarto para mantener
un perfil bajo", dice María, de la joyería Tiffany, del hotel
Conrad, donde una de las líneas de joyas tiene productos que
cuestan entre 10.000 y 85.000 dólares.
La prueba más visible del
crecimiento del segmento de lujo es aquí el sostenido boom
inmobiliario que, bajo la forma de inmensas torres o bungalows
sobre las playas, capta a los visitantes que quieren invertir
en propiedades premium.
Ejemplos de eso son el
Edificio Yoo, de Phillip Stark (al estilo del Hotel Faena de
Buenos Aires), o complejos, como Laguna Blanca (Manantiales) o
Laguna Escondida (José Ignacio), donde el metro cuadrado sin
construir se cotiza de los 120 a los 300 dólares.
A la hora de caracterizar a
los ricos del Este, los habitués de la temporada reconocen dos
estilos bien diferenciados: el veraneante que privilegia el
lujo visible y no le molesta sobresalir, y el que no quiere
llamar la atención.
"El primero es el típico
brasileño o argentino que va en busca del cinco estrellas y el
descapotable, mientras que el segundo prefiere una buena casa
en José Ignacio para mantener el perfil bajo", explican los
improvisados sociólogos de la playa. Mientras que los primeros
aman los autos grandes y las marcas, como Louis Vuitton; los
segundos apuestan a productos menos paradigmáticos del lujo, y
eligen locales y restaurantes discretos y situados lejos de
Punta del Este.
Dormir en el paraíso
Si lo que se busca es lujo
en el alojamiento hotelero, la oferta es interminable.
Traslado al aeropuerto en limusina, choferes para hacer paseos
de compras, menús que cambian día tras día y spas que usan
ingredientes gourmet son algunas de las opciones.
El Conrad,
por ejemplo, seduce a los vip con sus 30 suites de lujo, una
oferta en la que la reina absoluta es la suite Conrad, de 600
metros cuadrados y dos pisos, a un costo de 7500 dólares la
noche y habitada, en sus visitas al balneario, por el cantante
Luis Miguel.
El resort Mantra, en
Manantiales, también apunta al mercado de consumo premium, con
cien habitaciones con diseño moderno, ropa de cama Pogesi y un
spa "ranqueado" uno de los cien mejores del mundo, en el que
se hacen más de 60 tratamientos sobre la base de oro, uva,
chocolate y almendras.
"Tenemos un perfil de
huésped que privilegia la sofisticación, los detalles
delicados y un estilo bien europeo", explicó Ana Berón,
encargada de relaciones públicas del hotel.
El otro cinco estrellas del
Este, el Hotel L´Auberge, a precios similares a los anteriores
(desde 300 dólares la noche), busca conquistar a una clientela
selecta con su sofisticada arquitectura inglesa, la privacidad
del bosque y la cocina de su restó a cargo de la chef Melva
Bonilla.
Además de habitar en cinco
estrellas o edificios despampanantes, los ricos del Este
adoran estacionar sus barcos en el Puerto de Punta del Este,
uno de los más caros de América del Sur y en el que hace falta
reservar amarras con un año de anticipación.
Quizás el mejor ejemplo de
este estilo sea el empresario argentino Carlos Pedro Blaquier,
que prolijamente estaciona su flota de siete barcos cada
verano. Una de las habitués de esos cruceros contó que allí
las mesas siempre se sirven con la distinción de un palacio y
los invitados son atendidos como en un hotel de lujo.
Mercedes Colombres, Enviada especial
para el diario La Nación.
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