01 de Septiembre de 2008
El
deslizamiento imparable de la televisión
hacia fórmulas cada vez más torpes y manipuladoras de
exhibicionismo, de grosería y de mal gusto parece preocupar
a pocos.
Hubo alguna vez normas que velaban por la
calidad y los efectos de los contenidos de los medios en la
población, y especialmente por la incidencia en los menores.
Pero eso se conjuga hoy en pasado, porque ya no hay tales
límites, y el deterioro creciente que está causando, en la
sociedad presente y en la futura, esa carencia de normas
transparentes y claras es un problema que pocos parecen
querer enfrentar.
Nadie, o casi nadie, parece tener conciencia
de lo mucho que los argentinos estamos perdiendo en calidad
moral y en respeto por los valores formativos y estéticos de
las generaciones venideras a medida que determinados
empresarios del espectáculo televisivo, privados del más
mínimo rastro de pudor y hasta de vergüenza, pujan noche
tras noche por incrementar a cualquier precio sus niveles de
audiencia.
Recientes emisiones del programa que conduce
Marcelo Tinelli por Canal 13 parecen haber acelerado
notablemente la marcha hacia el que suponemos habrá de ser
su próximo objetivo triunfal: la presentación de una pareja
manteniendo una relación sexual en pantalla. Por eso nos
atrevemos a vaticinar que, así como "Cantando por un sueño"
dejó su lugar en un momento dado a "Bailando por un sueño" y
más tarde al mucho más resbaladizo "Patinando por un sueño",
no debe faltar demasiado tiempo para que la propuesta de
Tinelli y compañía se convierta en algo así como "Sexo por
un sueño".
El abuso y la manipulación de la mujer,
exhibida y utilizada como un mero objeto excitante; el uso
escandaloso del "caño", como burdo y no demasiado
imaginativo elemento coreográfico, y la "strip dance" han
ido jalonando insinuantes etapas en el acercamiento a esa
meta previsible, un hito que, cuando llegue, seguramente no
va a escandalizar demasiado a nadie, pues todas las
instancias de la procacidad habrán sido ya recorridas. No
está de más recordar que un estudio reciente del Instituto
de Comunicación y Diseño de la Universidad Argentina de la
Empresa (UADE) reveló que el 32 por ciento de la
autopublicidad que emiten en nuestro medio los llamados
canales de aire muestra cuerpos humanos semidesnudos y que
ello sucede en muchísimos casos dentro del horario de
protección al menor. A lo cual hay que agregar la amplísima
e insistente reproducción parasitaria que los programas de "chimentos",
y otros de tenor similar, realizan permanentemente, y en
cualquier horario, de esas imágenes denigrantes,
supuestamente excluidas de la franja que protege a los
menores.
Las autoridades del Comité Federal de
Radiodifusión (Comfer) mantienen su proverbial indiferencia
ante esos alardes de perversión y mal gusto que invaden día
tras día las pantallas televisivas de todo el país. También
hay alguna cuota de hipocresía. Las autoridades se amparan
en el cumplimiento de la norma vigente de protección al
menor. Pero ellas saben que, con el concurso de los
emisores, esa norma, tal y como actualmente rige, no ha sido
diseñada para desalentar los abusos ni mucho menos para
proteger al menor, porque califica como leves todos los
excesos que hoy vemos en nuestras pantallas. Saben, por
último, que así concebida la norma, funciona como un mero
tarifario de tales excesos que, lejos de prevenirlos, libera
a los emisores para fomentarlos si el cálculo entre una
multa irrisoria y las ganancias de la producción
publicitaria que tales excesos les otorgan los beneficia.
Por supuesto, no estamos reclamando ninguna
forma de control o censura que restrinja la libertad de
expresión en la Argentina. Simplemente, vaticinamos lo que
les espera a los televidentes argentinos, si la
insensibilidad ante el daño educativo que se inflige y la
torpeza de quienes conducen algunos programas, como el de
Tinelli o el de tantos otros animados por similares
intenciones, no encuentran otros caminos para obtener
rating.
Ha llegado tal vez la hora de reflexionar
seriamente sobre el control que la propia sociedad debería
ejercer sobre las emisiones de difusión masiva que atentan
contra su salud moral o rebajan la dignidad de valores
humanos esenciales, bastardeando, como en este caso, la
feminidad, la desnudez de los cuerpos o la sexualidad. Ya
sabemos que la TV es parte de nuestra vida. Pero sabemos
también que tiene capacidad suficiente tanto para
denigrarnos como para ennoblecernos.
Toda la sociedad debate en estos tiempos
sobre cómo mejorar la educación de los argentinos, cómo
multiplicar los esfuerzos y cómo incrementar incluso las
inversiones que permitan a las generaciones presentes y
futuras una educación de mayor calidad. ¿No ha llegado la
hora de pedirles a los medios, y en especial a la
televisión, que también valoren ese esfuerzo, lo acompañen y
no lo esterilicen? ¿Acaso alguien puede sostener que
producir y difundir entretenimiento, en un marco de libertad
de creación y expresión, implica necesariamente tener que
erosionar ese esfuerzo educativo en el que la mayoría de la
sociedad argentina está empeñada?
Los hombres volvemos una y otra vez a las
obras de cultura que hemos producido a lo largo de la
historia. Como los libros milenarios a los que volvemos una
y otra vez en nombre de la fe religiosa, como tantas obras
memorables de la literatura universal, como las expresiones
más dignas y valiosas del arte, el teatro o el cine. Así
como los pueblos dieron un lugar en su historia a tantos
vehículos perdurables del ingenio y del genio humano,
también las sociedades de nuestro tiempo deberían estimar
estos frutos de tecnologías tan prodigiosas en función de la
verdad, la belleza o el buen gusto. ¿Será pedir demasiado?
¿Será un sueño que no podremos cumplir? REPRODUCCION TEXTUAL del editorial del
Diario La Nacion del 31-08-08
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