19 de Junio de 2009
Recurso de amparo contra Google
y Yahoo Argentina
Servini de Cubría pidió que
borren contenidos sobre ella de Internet
La magistrada es recordada por
haber pedido el secuestro de un tape sobre ella de un
programa de TV. Como aquella vez, los involucrados dicen que
es “censura previa”
Hace 16 años,
una edición especial del ciclo televisivo “Tato de América”
hacía irremediablemente famosa a
la
jueza Federal y Electoral María Romilda Servini de Cubría.
La magistrada ganó celebridad por un recurso de amparo que
presentó para pedir el secuestro del tape de uno de los
programas del cómico, el cual, con la estética de los
documentales, trataba sobre “la desaparición de la
Argentina”.
Allí,
Tato
Bores
hacía el papel de un arqueólogo que, entre otras cosas,
desempolvaba un diario y hacía referencia a Servini de
Cubría de una manera que la aludida consideró ofensiva e
injuriosa. El caso generó polémica y fue calificado como
“censura previa”. En la siguiente emisión, Bores evitó
mencionarla, pero convocó a un grupo de personalidades que,
en una suerte de acto de desagravio, cantó: “La jueza Baru-budu-budía
es lo más grande que hay”.
Alejandra Beresovsky, para Crítica de la Argentina.
--------------------
NOTA
RELACIONADA:
María Romilda Servini de Cubría: una jueza amiga del poder
Sobrevivió en los años 90 a
causas ciclónicas como el Yomagate y el escándalo por la
censura contra Tato Bores, que la hizo famosa como "la jueza
Buruburubudía", y salió indemne de los incontables pedidos
de juicio político en su contra
María Romilda Servini de Cubría
navega con asiduidad y sabe timonear. Podría ser ésta una
metáfora alusiva a su pericia para deslizarse sobre las
turbulentas aguas de la política argentina, donde a estas
alturas ya no hay tormenta que la asuste. Desde sus dos
despachos -uno el federal, en Comodoro Py, otro el
electoral, en el viejo Palacio de Tribunales- vio pasar a
cinco presidentes, administró judicialmente más de una
docena de procesos electorales, se hizo cargo del vacío de
poder que sucedió al colapso del cambio de siglo, controló
infinitas internas partidarias de hecho y de derecho, mandó
a cambiar leyes, bendijo las extraños comicios
presidenciales -con tres fórmulas peronistas- de 2003 y
sobrevivió en los noventa a causas ciclónicas como el
Yomagate y al escándalo por la censura contra
Tato Bores.
Quizás hasta
perdió la cuenta de los pedidos de juicio político en su
contra (¿treinta?) que sorteó desde que está instalada,
entre las funcionarias permanentes del Estado, como la más
poderosa de todas. Para más, nunca nadie duró tanto como
ella al frente del estratégico Juzgado Federal Nº 1 de la
Capital Federal, el que, como queda dicho, viene con el
manejo de la primera instancia en materia electoral para
todo el país. Lleva allí casi 17 años, ella tiene 70, no
está obligada a jubilarse a los 75 como otros jueces y nada
indica que su trabajo de abuela le reclame en el futuro
mayor dedicación. Ni que la jueza "Buruburubudía", como la
bautizaron socarronamente cuando provocó el episodio más
famoso de censura de toda la democracia, quiera vivir sin el
protagonismo del cual ella misma colecciona pruebas en 25
carpetas de lomo grueso plagadas de recortes de diarios con
las infinitas causas de sus juzgados.
Prosapia peronista
En verdad la doctora Servini
hizo el curso de timonel. Tiene un barco Misting 25 (y una
lancha) y cuando no anda en bicicleta, navega con su marido
brigadier, junto a hijos (dos) y nietos (cinco),
probablemente dando ella las órdenes de izar o arriar velas
tras reconocer, sin equivocarse, la dirección del viento.
Pero nunca "se doctoró" en navegación. Se cuenta que
abandonó el examen de timonel porque les tuvo que ir a tomar
declaración a Isabel Perón y al preso casi agonizante José
López Rega en una causa por robo de joyas de la viuda.
Justamente en
el último minuto antes de ser derrocada, fue Isabel Perón
quien firmó el ascenso a jueza de la entonces joven -y muy
bella, recuerdan en tribunales- defensora oficial que venía
de un hogar de San Nicolás tan abogadil y tradicional como
peronista. Por entonces
su prima Clara Servini
García, diputada nacional del PJ,
la ayudaba a
guiarse en los pasillos oficiales.
Su
abuelo, Crisanto Servini, había sido camarista y su padre,
un radical que se hizo peronista
en 1945, fue
juez de un tribunal oral en lo civil y comercial, además de
titular de un conocido estudio del pueblo y socio, durante
un tiempo, de otro abogado relevante sanicoleño, Román
Subiza, secretario político -tal el cargo oficial- del
primer Perón. La madre de la jueza, sin embargo, era
conservadora, pero admiraba al vecino de la esquina, el
conservador popular Vicente Solano Lima, más tarde
vicepresidente de Cámpora.
No podía saber de chica María Romilda Servini que el hijo de
la vicedirectora de su escuela primaria, el niño
José
María Díaz Bancalari, sería un protagonista del PJ
sobre el
que ella tanto entendería como adulta. Ni que
Roberto
Quieto,
el hermano de Amílcar, su primer novio, sería un líder
guerrillero en los setenta, lo mismo que aquel amigo radical
de ojos saltones que tenía su hermano y que visitaba seguido
a los Servini,
Enrique Gorriarán Merlo.
Al
capitán de la Fuerza Aérea
Juan Tomás Cubría
la estudiante de derecho de la UBA lo conoció en 1958. Se
casaron luego de un año de novios y poco después a él lo
designaron agregado militar en Río de Janeiro. Allí vivieron
dos años. La futura jueza tenía 25. Al parecer en Brasil, de
la mano de la vida diplomática combinada con las
conspiraciones militares contra Frondizi que se sucedían en
Buenos Aires, ella empezó a templar su extraordinario olfato
político.
Su marido pasaría a retiro en
1977 por decisión del
brigadier Ramón Agosti.
Durante la dictadura ella era una desconocida jueza de
menores. A quien hoy le pregunte por su actuación de
entonces seguramente responderá que restituyó a sus abuelos
a muchos hijos de desaparecidos, entre ellos
Cecilia
Méndez y Emiliano Hueravillo,
y exhibirá
orgullosa una carta de las Abuelas de Plaza de Mayo en la
que le agradecen por haber sido "siempre recibidas desde
1977".
Cuando en los ochenta le tocó
actuar como jueza subrogante en un juzgado de instrucción de
mayores, su nombre se hizo más conocido, en parte porque
tuvo una crucial participación en el desbaratamiento del
clan Puccio y también por su estilo de poner el cuerpo en
los motines carcelarios en los que actuó.
Por fin,
el presidente Carlos Menem,
como es sabido,
la convirtió en jueza nacional en lo criminal y correccional
Nº1 con competencia electoral, cargo que asumió el 19 de
noviembre de 1990. Enseguida vino el Yomagate, causa de
narcolavado originada en la extraña circulación de valijas
con dinero en efectivo por el aeropuerto de Ezeiza que
involucró, entre otros, a la cuñada y jefa de audiencias del
entonces presidente, Amira Yoma, y a un funcionario del área
del agua potable, Mario Caserta.
Fue un inmenso traspié para Servini, aunque la parsimonia
aplicada en la ocasión le dejó más fama de servicial que
secuelas tangibles, como no sean los sesenta pesos de multa
que hizo pagar la Corte Suprema automatizada. En el Congreso
el juicio político en su contra no prosperó -huelga
repetirlo, ni ese ni otros-, gracias a la mayoría peronista.
De ese período aún hoy circulan
por tribunales leyendas risueñas sobre "la Chuchi", como le
decían en San Nicolás). La más insistente es aquella que la
retrata ingresando a Olivos para entrevistarse con Menem
disfrazada y/o escondida en el baúl de un auto para discutir
el Yomagate. Sus críticos, que no dejan de reconocerle
oficio, dicen que ella fue antaño una gran "pisadora de
causas", pero tienen una apreciación dinámica de su estilo:
no la ven como menemista sino como funcional al gobierno de
turno. Significativamente sus defensores se esmeran poco en
refutar el punto. Prefieren subrayar que la jueza jamás se
enriqueció en forma ilícita, virtud singular que de paso nos
habla del estado que alcanzó en algún momento la Justicia
federal. "Servini de Cubría nunca se integró a camarillas de
jueces federales y es verdad que se le conocen actos de
arbitrariedad, pero no de corrupción", dijo al ser
consultado por LA NACION un antiguo archienemigo suyo. Otro
abogado que litigó con la jueza, sin embargo, opinó: "la
palabra corrupción como sinónimo de enriquecimiento no la
incluye, pero habría que discutir cómo se llama el canje de
complacencia por eternidad".
La jueza habita el mismo
departamento de 90 metros cuadrados, en Santa Fe y Coronel
Díaz, desde hace 40 años y su patrimonio suma, además del
barco y la lancha, sendas participaciones en dos pequeños
departamentos, no mucho más.
Es cierto que sus vinculaciones
noventistas fueron perdiendo importancia con el tiempo.
Kirchner mismo la acusó públicamente de "menemista" antes de
las elecciones de 2003 (y antes, también, de que el entonces
padrino Eduardo Duhalde completase con la jueza ese minué
jurídico político que hizo que ningún candidato peronista se
presentara "por afuera" sino todos en simultáneo, estrategia
a la postre fulminante para Menem). Luego Kirchner no la
mencionó más y la jueza hasta no tuvo reparos en aparecer
tiempo atrás en el salon blanco de la Casa Rosada durante un
acto público. Sin embargo, según parece, no se tratan, más
allá de haberse dado la mano durante aquel acto. Varias
fuentes consultadas dijeron que el contacto principal de
Servini con el actual gobierno es
Alberto
Fernández
y que también
tiene trato fluido sobre asuntos judiciales con
Diana
Conti y Carlos Kunkel, miembros ambos del Consejo de la
Magistratura.
A diferencia de
otros jueces, es cierto que la titular del juzgado N° 1
tiene la necesidad de hablar con los actores de la política
en razón de su faena de administrar justicia electoral. "El
problema -dice un juez que conoce bien a Servini y que pidió
no ser mencionado- es que ella actúa como un dirigente más,
produce hechos políticos, es actora, no árbitro." No quiere
ser tan explícito, quizás,
el constitucionalista y
diputado Jorge Vanossi,
pero al ser
consultado sobre el poder de Servini y la forma en que lo
ejerce dice: "No se discute su idoneidad, el problema no es
la persona sino el régimen, porque nunca se crearon juzgados
electorales; el día que la jueza Servini se jubile van a
poner a alguien dócil, de quien se espere cierta porosidad".
Aparte de los apoderados de los
partidos, muchos de los protagonistas de la política de las
últimas dos décadas han estado sentados unas cuantas veces
en el espacioso despacho electoral de tribunales bajo la
inquisitoria mirada de 900 lechuzas, la más exótica
colección de Servini. Al Partido Justicialista lo maneja a
través del interventor Ramón Ruiz, hombre de su extrema
confianza cuyo hijo Darío Ruiz fue nombrado hace pocos meses
al frente de la Dirección Electoral porteña. En la ciudad de
Buenos Aires la jueza "normalizó" el PJ y lo dejó en manos
de Alberto Fernández, pero en el orden nacional todavía
faltan trámites para llegar a la normalización, papeleo que
probablemente dificulte las aspiraciones de los rivales
domésticos de Kirchner -Menem,
Rodríguez Saa, Romero-
interesados en disputar candidaturas. Mientras sostenía al
PJ intervenido, en la UCR la jueza revocaba este año la
intervención del comité mendocino dispuesto por las
autoridades radicales nacionales, lo que significó una
sucesión de timoneadas dirigidas a encolumnar a los dos
partidos más grandes del país en el derrotero electoral de
la Casa Rosada. Nada que ahuyente la impresión que muchos
políticos tienen sobre el modo de ajustarse a derecho de la
jueza electoral más experta del país.
Campechana y exigente
Su trato a menudo es cordial y
hasta campechano, pero ese beneficio no incluye, claro, a
sus querellados personales, que no han sido pocos. En sus
juzgados, unos cuantos al parecer la aprecian, varios le
temen y, probablemente, la mayoría sintetice sentimientos.
Se le atribuye un estilo de conducción exigente y protector,
más habitual en políticos que en magistrados, extensivo, por
lo demás, a su familia: gran parte de ella, incluidos hijos
y nueras, encontró trabajo en la Justicia gracias a sus
gestiones. Pero entre los subordinados directos no todos han
disfrutado del afecto permanente de la doctora. De
secretario electoral ya cambió tres veces:
una de
sus secretarias penales, Rita Auteiral,
se hizo famosa al denunciarla, y Servini también ha perdido
a varios fiscales por el camino. "Viví con ella miles de
discrepancias procesales -recuerda
el ex
fiscal Oscar Ciruzzi-.
Desde que me
fui me la crucé un par de veces y no nos saludamos, pero más
allá de todo la creo una mujer honesta. Eso sí, con la causa
de Amira no tuve concordancia ni una vida funcional fácil".
La jueza de los
casos Prats, sanatorio Güemes, Gaith Faraón, violencia del
20 y 21 de diciembre de 2001, la jueza recientemente
excusada en dos grandes causas contra militares, católica
otrora practicante, ha dicho alguna vez que sólo de una cosa
está arrepentida. Y es la reacción que tuvo en 1992 cuando
supo que Tato Bores iba a satirizarla y ella entonces pidió
censura para el mayor cómico político de la Argentina. La
respuesta de Tato (un coro ad hoc formado por
Mariano Grondona, Alejandro Dolina,
Susana Giménez, China Zorrilla, Magdalena Ruiz Guiñazú, Luis
Alberto Spinetta y muchos
otros artistas y periodistas que cantaba "la jueza
Buruburubudía es lo más grande que hay", porque se había
prohibido nombrarla) quizás haya sido el mayor castigo que
debió soportar en su rica y ajetreada vida judicial.
Pablo Mendelevich,
para el diario La Nación.
QUIÉN ES
Familia peronista
María Servini de Cubría tiene 70
años. Nació en San Nicolás, en el seno de una familia
peronista. A su marido, brigadier, lo conoció en 1958,
cuando era estudiante de derecho en la UBA. Tiene dos hijos
y cinco nietos.
Trayectoria judicial
Desde hace 17 años está a cargo
del Juzgado Federal Nº 1, con competencia electoral. Desde
allí, administró una docena de procesos electivos, entre
ellos, los comicios de 2003. Colecciona los recortes
periodísticos que la involucran, así como sus caricaturas.