24 de Febrero de 2009
Superpoderes
versus república
La
permanencia, hace ocho años, de los superpoderes del PEN es un
símbolo de cómo se gobierna al margen de la Constitución
Así como en la economía,
según la recordada ley de Gresham, "la moneda mala expulsa a
la buena", en el orden político podría afirmarse que la
práctica institucional malsana degrada inexorablemente los
principios republicanos. El caso de los denominados
superpoderes tipifica, como pocos, el desborde en que ha
incurrido el Poder Ejecutivo, acompañado por una nueva
"mayoría automática" que esta vez anida no en la Corte
Suprema, como ocurría hace algunos años, sino en el Congreso
de la Nación.
El término "superpoderes"
alude a la delegación de atribuciones que hace el Poder
Legislativo a favor del jefe de Gabinete de Ministros para
reasignar libremente partidas presupuestarias, una vez
aprobada la ley de presupuesto. El mal ejemplo de la
jurisdicción nacional ha sido imitado de inmediato por varios
gobernadores provinciales a quienes sus respectivas
legislaturas también han otorgado idénticos superpoderes.
El tema, de la manera que lo
plantea la Constitución, no es ciertamente menor y su gravedad
pondrá en funcionamiento, tarde o temprano, distintas
instancias del Poder Judicial, aunque a veces ellas puedan
aparecer aletargadas frente a las presiones del poder político
y sus obedientes representantes en el Consejo de la
Magistratura.
Si se analiza con cuidado el
texto de la ley vigente que fue promulgada por el ex
presidente Kirchner, se verá que las facultades que se otorgan
al jefe de Gabinete son tan amplias "para disponer las
reestructuraciones presupuestarias que considere necesarias",
que quedan comprendidas "las modificaciones que involucren a
gastos corrientes, gastos de capital, aplicaciones financieras
y distribución de finalidades". A tal fin, la ley exceptúa al
funcionario de lo establecido en el artículo 15 de la ley
25.917, que es la que expresamente prohibía esa facultad. No
deja de ser llamativo que esta norma también fuera promulgada
por Néstor Kirchner en 2005 con la finalidad, según su
artículo 1°, de contribuir a la responsabilidad fiscal y
"dotar de mayor transparencia a la gestión pública". Cabría
pensar que, al avanzar contra sus pasos, derogando una
prohibición establecida por una ley de su propio gobierno, el
cónyuge presidencial optó por dejar de lado toda transparencia
y privilegió, en cambio, la posibilidad de manejar a su
arbitrio importantes partidas presupuestarias.
Según los especialistas en
la materia, durante 2008 el Poder Ejecutivo Nacional, mediante
un mero decreto de necesidad y urgencia y más de veinte
decisiones administrativas de la Jefatura de Gabinete, amplió
el presupuesto nacional y transfirió partidas por más de
40.000 millones de pesos.
En realidad, el tema de los
superpoderes se suma, con toda su obvia gravedad, a una larga
serie de decisiones del matrimonio presidencial que evidencian
una inequívoca voluntad de gobernar al margen de los cauces
institucionales. Hay Poder Judicial, pero el Consejo de la
Magistratura kirchnerista sobrevuela los fallos de los jueces
y tribunales inferiores creando una presión que vulnera el
espíritu de independencia de los magistrados. Hay Poder
Legislativo, pero sus integrantes son convocados de urgencia
para aprobar los proyectos del Ejecutivo, sin siquiera
posibilidades de alterar una coma. Tanto es así, que los
legisladores que se alzaron contra la voluntad del matrimonio
presidencial, en oportunidad de discutirse la lamentable
resolución 125, todavía están purgando las consecuencias de su
gesto de independencia.
Hay provincias, pero el
federalismo languidece sin recursos y sin ley de
coparticipación federal, pendiente del capricho del poder
central. Hay democracia, pero las elecciones se convierten en
una justa desigual entre los que manejan a sus anchas los
fondos públicos, la distribución de las boletas electorales y
el recuento primario de los votos, y quienes se atreven a
desafiar, sin elementos, los desbordes oficialistas. Hay
elección de funcionarios, pero tanto en la Nación como en
algunas provincias los que están en el poder recurren a
cualquier estratagema (reformas legales o constitucionales
mediante) para perpetuarse en el cargo. Hay un Instituto
Nacional de Estadística y Censos, pero sus datos son
flagrantemente falseados. Hay, en fin, una ley de presupuesto,
pero su contenido es meramente indicativo para quienes
manipulan sus partidas tanto como su voluntad o improvisación
le permiten.
Desde esta perspectiva, el
tema de los superpoderes, en una pretendida "emergencia", que
se arrastra nada menos que hace ocho largos años, constituye
un símbolo visible de una manera de gobernar que erosiona
constantemente las bases esenciales de la república.
Reproducción textual del editorial del
Diario la Nacion del 22-02-09.
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