04 de Noviembre de 2008
Lamentablemente, no nos equivocamos quienes
en su momento advertimos, con enorme preocupación, que la
última reforma de la composición y las normas que gobiernan
al Consejo de la Magistratura afectarían la independencia e
imparcialidad de nuestro Poder Judicial. Hoy, hasta los
propios jueces, por boca del presidente de la Asociación de
Magistrados y Funcionarios del Poder Judicial, señalan el
despropósito republicano que constituyó esa reforma y la
enorme presión que se ejerce sobre los jueces desde el
Consejo, y directamente a veces desde el Poder Ejecutivo.
Esa reforma, que fue impulsada personalmente
por la actual presidenta de la Nación -por entonces ocupaba
una banca de senadora nacional-, ha servido para manipular
groseramente las designaciones judiciales de modo de
hacerlas recaer en personas afines a quienes conducen la
administración del país y, peor aún, ha logrado
imposibilitar que los candidatos efectivamente idóneos e
independientes pudieran acceder a ellas, hasta llegar al
extremo de anular concursos cuando sus ganadores no
resultaron del agrado del poder de turno.
La gravedad institucional de lo expuesto es
enorme. La ciudadanía lo advirtió en su momento, pero el
oficialismo hizo pesar su sincronizada mayoría legislativa.
Las consecuencias están a la vista. En un sistema
republicano, la Justicia es una barrera contra la
arbitrariedad, incluida la que con frecuencia se origina en
el Poder Ejecutivo, y no un mecanismo de impunidad para los
afines o de injusta persecución para los disidentes, como
parecen pensar los estrategas del Gobierno.
Es que la manipulación referida está
dirigida, frecuentemente, a tratar de asegurar impunidad
para las irregularidades de los propios gobernantes, lo cual
es inaceptable, o para discriminar abiertamente a los
autores de una misma conducta persiguiendo a unos y
alentando a otros en función de su apoyo al oficialismo.
El Consejo de la Magistratura, sin el balance
de los abogados y jueces, y claramente dominado por los
legisladores, esto es por la política, no garantiza como
debería la imparcialidad en la trascendente tarea de
impartir justicia.
Esta situación se suma a realidades
cotidianas que se van acumulando y conforman una situación
de deterioro de la imagen de la Justicia.
Por citar sólo un par de ejemplos, es
realmente increíble que el juez federal Claudio Bonadío,
cuyos fallos son frecuentemente funcionales al poder, pueda
esquivar una y otra vez la acción disciplinaria del Consejo
de la Magistratura. Bonadío continúa en su cargo, pese a la
avalancha de cuestionamientos que en el tiempo se han
acumulado sobre él. No habría que descartar que algunas de
sus resoluciones afines a los deseos del Poder Ejecutivo,
como la reciente prohibición de realizar operaciones con
títulos públicos y acciones a las AFJP, tuvieran mucho que
ver con esa situación.
A los malos ejemplos deben sumarse actitudes
de la cuestionada jueza federal María Romilda Servini de
Cubría, cuyos fallos también suelen coincidir con las
aspiraciones del poder central cuando de ejercer la
jurisdicción electoral se trata. La magistrada pretende
remover de los buscadores más utilizados en Internet todo su
triste historial, que ella considera ofensivo, como si la
gente no tuviera memoria.
También siguen sin resolución las acusaciones
que penden sobre el juez federal de Zárate-Campana, Federico
Faggionatto Márquez, acusado, entre otras graves
irregularidades, de haberse quedado con parte de una cosecha
de soja sobre la que pesaba una medida cautelar.
Acusaciones como éstas deben ser prontamente
resueltas, pues el solo hecho de estar pendientes es un
agravio a la Justicia, mucho peor si resultan fundados los
cargos.
Mientras todo esto sucede, el Consejo de la
Magistratura investiga selectivamente la actividad de los
magistrados en sintonía con las conveniencias del Gobierno.
Ha averiguado sin justificativo alguno qué han hecho los
distintos jueces ante los cortes de ruta durante la protesta
del campo, pero no se ha interesado por episodios similares
cuando los protagonizaron partidarios del Gobierno. Ni qué
decir sobre la inquietud que debería provocar en este órgano
la inaceptable parálisis de las numerosas causas por
corrupción que languidecen en los tribunales, seguramente
sabedores de que una simple auditoría provocaría resultados
demoledores.
Muchas de estas conclusiones fueron avaladas
días atrás, en un debate organizado por el Colegio de
Abogados de la Ciudad de Buenos Aires y LA NACION, en el
cual se coincidió en cuestionar la injerencia del
kirchnerismo en la Justicia y en afirmar que cada vez se
investiga menos a los funcionarios públicos acusados de
corrupción.
En tanto el Consejo de la Magistratura siga,
como hasta ahora, dominado por la política partidaria, la
imparcialidad de la Justicia será sistemáticamente
vulnerada. El Consejo, en su actual composición, es
incompatible con la independencia del Poder Judicial, lo
cual es sumamente grave para la salud de la República.
Reproducción textual del
editorial del Diario La Nación
del 31-10-2008