03 de Junio de 2009
Sorprende
enterarse de que en la ciudad de Buenos Aires se construyan edificios de hasta
siete pisos sin permiso
Con razonable asombro, no
exento de cierta preocupación, los habitantes de la ciudad de Buenos Aires se
han enterado de que son construidos edificios de hasta siete pisos sin
autorización alguna. No es para menos que esto sorprenda: los organismos
especializados del gobierno autónomo son los responsables de fiscalizar el
cumplimiento de las reglamentaciones vigentes, que exigen no realizar obras
sin antes contar con el permiso respectivo.
Cae por su peso que esas
obras ilegales -construcciones nuevas o modificaciones de edificios ya
existentes, y también demoliciones- pueden estar viciadas por anomalías
diversas, como ser defectuosas e inseguras y, por ende, acarrearles riesgos a
quienes habrán de habitarlas. En el mejor de los casos, hablan a las claras de
la existencia de inadmisibles descontroles técnicos y administrativos, cuya
subsistencia refleja una paupérrima imagen de los funcionarios supuestamente
idóneos a los cuales se les ha encomendado la misión de autorizarlas e
inspeccionarlas. Al margen, por supuesto, de que tamaños ilícitos provocan
justificadas sospechas de la existencia de actos de corrupción, incluso a
pesar de que todavía no se han comprobado irregularidades en ese sentido.
Fuentes gubernamentales
arguyen que desde el 1º de enero pasado han sido clausuradas obras anómalas a
razón de dos por día. Pero en la mayor parte de esos episodios las
interdicciones no tuvieron origen en comprobaciones oficiales directas, sino
que fueron promovidas por las 2500 denuncias vecinales concretadas en ese
mismo lapso, en gran proporción por presunción de clandestinidad o por falta
de medidas de seguridad.
Cabe convenir en que hay
trabajos de ese tenor (en especial, las reformas de interiores)que pueden
pasar inadvertidos a los ojos de los funcionarios. No obstante esa salvedad,
cuesta entender cómo y por qué pudieron avanzar de manera significativa
ciertas construcciones de volumen y magnitud considerables: por ejemplo, y
según lo consignó hace unos días LA NACION, el
avanzado esqueleto de un edificio de siete pisos en Niceto Vega al 5600,
erigido sin el correspondiente permiso y clausurado desde hace dos meses, u
otra construcción ya terminada y en venta ubicada en Felipe Vallese al 700, en
Caballito, que posee dos plantas más que las registradas y aprobadas en los
planos.
En cambio, los vecinos dan
la impresión de ser más inquisitivos a ese respecto. Desconfían de los
controles gubernamentales y, con elogiable compromiso cívico, se preocupan por
revelar esas anormalidades. Desde la creación del sistema único de denuncias,
en 2005, han ingresado en él 21.700 intervenciones vecinales; en 2008 y en lo
que ha transcurrido de este año ya han sido registradas 7176.
Es alentador, por lo
menos, que las autoridades locales se hayan preocupado por introducir
correcciones a las probables fallas de los procedimientos de autorización y
fiscalización de las obras. Admitidas las deficiencias, fue incrementada la
cantidad de inspectores en la calle. Las inspecciones van a sorteo y se
dispuso dividir a la ex Dirección General de Fiscalización de Obras y Catastro
en dos reparticiones: la Dirección General de Registro de Obras y Catastro,
dependiente del Ministerio de Desarrollo Urbano, dedicada a controlar el
trámite de cada obra, y la Dirección de Fiscalización y Control, coordinada
por la Agencia Gubernamental de Control, encargada de verificar que las obras
estén en regla.
Tales modificaciones son,
sin duda, positivas. Sería deseable que pudiesen revertir las situaciones de
ilegalidad subsistentes. Así y todo, esta realidad en particular sigue siendo
inquietante, si ya sea por exceso de burocracia, desidia, falta de idoneidad
y/ o corrupción se ha llegado a estos extremos en materia edilicia.
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