3 de Enero de 2008
El Obelisco y la ciudad de la furia están a menos de
una hora de distancia. Sin embargo,
eso no impide que, en las fértiles
tierras del delta que rodea el río
Paraná, un grupo de productores
agropecuarios tengan un modelo de producción
que logra la simbiosis perfecta entre ganadería
criada a pasto natural y la producción de maderas finas a
partir de la forestación con álamos y sauces.
El milagro es posible
en el Delta Bonaerense, a la altura del partido de
Escobar, en campos como Establecimiento San Pedro, de Luis
y José Luis Cosentino. Una zona que descubrió su vocación
ganadera hace poco menos de un lustro, cuando el avance
acelerado de la agricultura sobre los campos de San Pedro,
Campana y sus alrededores obligó a las vacas a refugiarse
en el rosario de islas que forma el zigzagueante río,
antes de desembocar en el Río de la Plata.
Y, aunque la tradición ganadera en el Delta es reciente,
no por eso la actividad es menos exitosa. Con una fuerte
inversión en infraestructura para manejar el agua, que acá
lo rodea y domina todo, José Luis Cosentino logra terneros
Angus de 8 meses con un peso de 230 kilos y tiene índices
de producción considerados altos para la media del país:
96% de preñez y 92% de destete, con una carga de un animal
cada 0,70 hectárea.
El productor tiene un plantel de 250 madres en un total de
450 hectáreas, de las cuales 370 están cubiertas con
álamos forestados.
“El futuro de esta zona es la ganadería de cría. Las
condiciones del lugar son inmejorables y esta actividad
con la forestación hacen un mix ideal, porque la
existencia de vacunos reduce enormemente el riesgo de
incendios y la oferta forrajera es incomparable”, indicó
Cosentino.
El forraje es, justamente, el secreto de la carne
producida en estas tierras. Aplicando un cuidado manejo
del agua se puede lograr que las especies naturales de la
zona alcancen su máximo potencial y la oferta forrajera
sea tan alta, que obliga a los productores a hacer rollos
para poder aprovechar toda la productividad de los pastos.
“Hoy la vaca no da abasto para comer todo lo que hay”,
afirmó Cosentino. “Si fuera por la oferta veraniega habría
que poner más vacas, el tema es el invierno, cuando decae
mucho la cantidad de pasto, y ahí usás la reserva”, agregó
el productor.
La oferta de forraje natural incluye cebadilla, raigrás y
trébol blanco. Esta última especie es la responsable de un
índice alto de nacimiento de terneros mellizos en el
establecimiento, por su alto contenido de estrógeno.
El papel de la forestación
En forestación, la otra actividad que promete en la
región, las tácticas del modelo productivo son un poco más
conservadoras, ya que Cosentino apuesta a una menor
densidad de forestación por hectárea para lograr árboles
más gruesos, lo que deriva en madera de mayor valor
comercial. “Empiezo plantando 450 plantas por hectárea y
al séptimo año aplicamos un raleo para sacar un 30% de
densidad, con lo que te quedan 300 plantas por hectárea”,
explicó Cosentino.
Ese 30% que sale del raleo se vende a Papel Prensa para
triturado (subproducto que se usa para hacer celulosa) y
el resto se destina a la producción de bobinas para
tableros o a aserraderos, que tiene más valor en el
mercado.
“Para darse una idea de lo que vale cada producto, si la
madera para debobinado vale 2, la de aserradero vale 1,50
y la que es para triturado, que es la que tiene menos
valor agregado, vale 1”, explicó Juan Manuel García Conde,
productor vecino de Cosentino que dirige el
Establecimiento Las Carabelas, campo destinado a la
producción de triturado para la firma Papel Prensa.
“La clave en estos campos es combinar las diferentes
producciones de madera. Un productor no puede vivir de
hacer solamente triturado. Tiene que hacer un mix de eso y
madera de calidad para tener rentabilidad”, acotó Jorge
Serra, directivo de la Regional Delta de la Asociación
Forestal Argentina (AFOA).
Cosentino plantó álamos en la zona, con clones traídos de
América del Norte. Dado el poco conocimiento que hay por
escrito sobre la explotación silvopastoril en el país, la
experiencia de los Cosentino marcó una senda y por eso hoy
es motivo de interés de los expertos y de que el
establecimiento tenga en su superficie una veintena de
ensayos del INTA y otros organismos de investigación.
Costos de producción
De acuerdo a Cosentino y a García Conde, para producir en
el Delta es necesario partir con una fuerte estructura
para manejar el agua, que pueden ser diques, zanjas o
ataja repuntes.
Eso incide fuertemente en los costos finales, ya que, si
bien el costo de la tierra es relativamente bajo (500
dólares la hectárea), los movimientos de tierra pueden ser
casi tan costosos como el valor de la tierra misma, con lo
que tener una hectárea libre de agua para cultivar puede
costar 1000 doláres/ha. De acuerdo a Cosentino y García
Conde, otro de los factores que más incide en los costos
de producción es la escala.
“El 80% de los productores de acá tiene campos chicos. Un
campo ganadero promedio tiene 800 ha y uno de triturado
entre 800 y 1000”, explicaron los productores. “Y como no
hay contratistas en el Delta, todos tenemos que hacer
todo, lo que nos vuelve ineficientes. Para hacer un rollo,
por ejemplo, tengo que comprar mi propia enrolladora, para
sólo hacer 120 rollos por año. Me ahorro plata en rollos,
pero no amortizo los costos de la maquinaria”, dijo
Cosentino, para luego señalar que hasta el momento han
sido vanos los intentos de conformar una cooperativa de
productores entre los ganaderos de la zona.
Otros costos extras de producir en el Delta tienen que ver
con el escaso poblamiento y la falta de infrestructura y
conectividad del lugar.
“Como no hay nada, hay que construir casa para todos los
empleados porque no hay donde vivir ni acceso fácil a
pueblos cercanos. También se debe contar con una lancha
para desplazarse y una camioneta, al menos”, enumeraron
Cosentino y García Conde. “Eso sin contar que la conexión
telefónica o a Internet es muy complicada, porque Telecom
y Telefónica nos han determinado como una zona marginal,
pese a que estamos a una hora del Obelisco”, dijeron.
Valor agregado
Otro detalle a tener en cuenta sobre el potencial del
lugar es que los campos están insertos en medio de una
tierra declarada “Reserva de Biosfera” por la Unesco.
Así, en un territorio estimado en 90.000 hectáreas, hay
10.000 reservadas para la protección de las flora y fauna
locales (la selva ribereña, el ciervo de los pantanos, el
carpincho, los lobitos de río), 15.000 de una zona de
amortiguación, para actividades artesanales y ecoturismo y
unas 65.000 adonde se desarrollla la actividad forestal y
ganadera.
La creación de la reserva implicó la realización de
protocolos de producción ecológica de madera, carne y
agricultura. Esto podría dar a los productores la
posibilidad de tener su sello de origen, por el hecho de
que una producción efectuada dentro de una reserva natural
puede tener mayor valor en el mercado.
De acuerdo a Cosentino y García Conde, los protocolos ya
están listos para ponerse en marcha, lo único que falta es
una mayor difusión para que los productores locales lo
apliquen y logren la ansiada diferenciación de sus
terneros y su madera.
Por Mercedes Colombres
De la Redacción de LA NACION
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