"Los barrios cerrados no sirven"

13 de Agosto de 2007

 

 

A la arquitecta argentina Marcela Camblor, hoy directora de Diseño Urbano del Estado de la Florida, la convocaron para una tarea que, vista desde la Argentina, podría sonar a contramano: revitalizar las ciudades para revertir el desparramo urbano ocasionado por el furor de los countries. Desajustes sociales y energéticos son las principales razones por las que esta premiada urbanista asegura que "los barrios cerrados no sirven"
 

La vuelta de la gente a vivir a las ciudades es una tendencia irreversible, simplemente porque en el mediano plazo los desarrollos para un solo uso, como son los barrios cerrados y los countries, ya no serán sustentables." Lo afirma Marcela Camblor, arquitecta argentina de 39 años, que en 1996 fue convocada para trabajar en un plan piloto para revitalizar los centros urbanos de cuatro condados de la Florida, entre ellos los de Palm Beach y Boca Raton. Lo hizo tan bien que al año y medio la designaron directora de Diseño Urbano del Estado de la Florida, con sus once regiones y cerca de tres mil ciudades. Y allí continúa, con estatus de residente, con una experiencia riquísima, varios libros publicados e incluso lauros internacionales.
 

Su oficina recibió el Premio John Nolen, uno de los más importantes en la especialidad, por sus contribuciones al urbanismo en los Estados Unidos. Los datos norteamericanos que aporta Camblor, graduada en 1991 en la Universidad de Belgrano, con un máster en Diseño Urbano en la Universidad de Miami, en Coral Gables, son contundentes. Aun así, cuesta trasladarlos a nuestra realidad e imaginar a esas urbanizaciones privadas, muchas de ellas superexclusivas, que proliferan por todo el conurbano bonaerense e incluso, de manera creciente, en la periferia de las grandes ciudades del interior del país, como lugares a los que les llegará un indefectible ocaso, al punto de tener que abrirse, integrarse o aceptar -vaticina-un futuro destino de segregación.
 

"Esto es lo que ocurrirá y ya se está viendo -dice Camblor- en la Florida." A su entender, se trata de una tendencia verificable en todo el territorio norteamericano y en el mundo desarrollado en general. "Los barrios cerrados, urbanizaciones privadas o gated communities , como se les llama allá, no sirven porque no son sustentables ni en lo social ni en lo económico, y ahora tampoco en lo energético", asegura. "Lo han comprobado también países como Francia, Italia y Alemania, con experiencias negativas, o en franco retroceso. La gran tristeza, en cambio, son los países de Europa Oriental, que tras la caída de la Cortina de Hierro, creyeron que esto era lo nuevo y lo están replicando. Igual que nosotros en la Argentina: nos compramos la revista, pero del número atrasado."
 

Al terminar el máster que cursaba en Miami, en 1993, Marcela Camblor volvió al país. Aquí se dedicó a asesorar a algunos municipios de la zona Norte del Gran Buenos Aires, particularmente al de Tigre. Pero el destino tiene sus designios y, un día de 1996, sonó su celular. "Estaba tomando un cafecito en Martínez cuando me llamaron desde lo que hoy es mi oficina, la de planeamiento regional. Buscaban urbanistas para este plan piloto, me detectaron como ex alumna del máster y me invitaron a trabajar con ellos."

Así puso manos a la obra en lo que parecía una tarea ciclópea: revertir las consecuencias de un desparramo urbano no planificado que significó durante las últimas décadas el gran éxodo de la gente de las principales ciudades de la Florida hacia las urbanizaciones privadas y barrios cerrados. El programa piloto se llamó Eastward Ho!, que significa "Volvamos hacia el Este", porque en la región décima, donde se lanzó (son once en total), los barrios cerrados habían ido creciendo hacia el Oeste y la intención era traer la gente de regreso hacia las grandes ciudades, que están sobre la costa Este. "En el caso de Palm Beach, esperábamos que nos llevara entre diecisiete y veinte años, pero la dimos vuelta en apenas cinco", se entusiasma Camblor. "Conseguimos revitalizar los centros urbanos de tal manera que la gente empezó a darse cuenta de que su calidad de vida mejoraba si volvía a la ciudad y nosotros nos dimos cuenta de que también estábamos encontrando la solución para muchos de los problemas generados por este desparramo urbano no planificado: bolsones de pobreza, insalubridad, problemas de transporte, inseguridad, infraestructura subutilizada en lugares donde la gente de todos modos durante el día seguía manteniendo sus oficinas o trabajos".
 

-Si todos deciden volver, ¿no sería también caótico?
 

-Todos los proyectos que hacemos y las leyes que aprobamos contemplan las necesidades de los próximos 50 o 100 años de crecimiento. Sabemos exactamente cuántas personas soporta cada metro cuadrado de comercio o de oficina, cuántos puestos de trabajo se necesitan, cuántas cloacas, cuánta iluminación. Ya no podemos subsidiar colectivos que, cuando salen de las ciudades, tienen que recorrer grandes distancias para recoger, a lo mejor, a 300 personas. Y sabemos que muy pronto no vamos a poder depender de que cada persona tenga un auto, como sucede actualmente. El precio de 3 dólares el galón de nafta (3,8 litros) ya resulta carísimo, entonces, cuando los norteamericanos no puedan pagar 4 ó 5 dólares, que es a lo que seguramente aumentará debido a la crisis energética, el problema se va a agudizar y la gente tendrá que volver a las ciudades. El problema es que esta opción, la de volver, ya ha tenido tanto éxito que ahora es carísimo comprar dentro de las ciudades.
 

-Acá, por el contrario, estamos viviendo la etapa del gran auge.
 

-Pienso que es como comprar la revista vieja, el número atrasado. Cuando yo me fui lo único que tenías que hacer para poder construir en el conurbano bonaerense era hacer un club house cada 300 casas. No se hablaba de cuántas calles había que construir, cuántos accesos, cuántos policías. No se ha puesto el dinero en los accesos, entonces tenés la perspectiva de que, cuando nuevos barrios estén terminados, habrá 10 mil personas saliendo por la misma colectora hacia la misma autopista y a la misma hora. Uno ve que el tráfico ya está colapsado. Creo que este auge se exacerbó porque hubo un gran marketing. Además, el tema de la segregación pegó bien porque en la Argentina, como pasa en el resto de los países latinoamericanos, el Gobierno no estaba proveyendo la función esencial de seguridad. La gente, ante la desesperación por la falta de seguridad, es lógico que piense que si se va a vivir a un lugar detrás de paredes con custodios estará segura. Es su primera defensa y no se puede culpar por ello al ciudadano. Lo triste es que acá, más que en los Estados Unidos, el problema de la seguridad es también un problema de marketing. Porque igual la gente no puede salir de esos barrios si no es en tándem, o en caravanas, y le resulta difícil hacer reuniones de noche porque los invitados que viven en el centro muchas veces no se quiere arriesgar. Ni qué hablar de los adolescentes, que van y vienen en remises de madrugada por colectoras tenebrosas mientras sus padres duermen tras las murallas.
 

-¿Qué haría usted al respecto?
 

-La idea no es detener el desarrollo, pero sí el crecimiento de estos barrios hasta que haya una serie de normativas que clarifiquen cuáles son los impactos que generan y cómo manejarlos. En este sentido, es clave educar a los intendentes para que entiendan que las inversiones no justifican contaminación, sobreexplotación, depredación, sino que el desarrollo debe ser autosustentable. De lo contrario, muchos de los municipios del Conurbano se encaminarán a la bancarrota.
 

-¿Cuán contundente es este retorno a las grandes ciudades que usted destaca de EE.UU.?
 

-Muy fuerte. Incluso hemos redactado leyes que ya no permiten construir barrios cerrados. No permitimos desarrollos para un uso único. A muchos de ellos, como están bien ubicados y tienen una buena estructura, los estamos apoyando para que se integren, se unifiquen dentro de los tejidos urbanos. En cuanto a las nuevas urbanizaciones, tienen que ser completamente abiertas, integradas y con todos los servicios que las hagan sustentables.
 

-¿Cómo se entiende esa prohibición en el país de la libertad?
 

-En razones económicas, sociales y energéticas. Ya vimos que esta forma de vida no genera comunidad, y eso provoca problemas sociales muy serios, problemas de segregación que llegan hasta límites absurdos. En Estados Unidos empezamos a tener las primeras generaciones de jóvenes "de burbuja", como se llama a los nacidos y criados allí adentro, con ataques de pánico y hasta con casos de suicidio. Ese era el problema serio y otro, muy evidente, fue el clima de "ellos contra nosotros" que generan los paredones, las garitas, los guardias de seguridad y esa idea de que "vos no podés pasar por mis calles, yo por las tuyas sí, y voy a pasar lo más ligero que pueda porque no te quiero ni ver". Todo esto genera una fricción social, a la larga, explosiva.
 

-¿Es realista pensar en una vuelta masiva a las ciudades teniendo en cuenta la millonaria inversión en m2 construidos?
 

-A las ciudades de la Florida se mudan 8 mil personas por día. Para 2020 vamos a tener 20 millones de personas más que en 1996. Esto quiere decir que la gente está empezando a cambiar su mentalidad. Estados Unidos es el país de la libertad y la democracia, pero eso no quiere decir que todo el mundo tenga derecho a tener una casa con cinco dormitorios, una pileta y un gran jardín. Tener una casa así a cincuenta millas o a cien millas de tu vida de todos los días a lo mejor ya no es un proyecto de vida sustentable medido en términos de toda una sociedad. Lo probamos durante 50 años y vemos que nos ha traído muchísimos problemas. Por eso, si bien al principio esta política no fue muy popular, ahora el americano está preocupado por la crisis energética, empieza a comprender los problemas que le trajo a los más jóvenes, que no es tan fantástico vivir en estos barrios cerrados, que son esclavos de los autos, que las madres son choferes de sus hijos, que la inseguridad en gran parte es producto del autismo social que incentiva este estilo de vida. Ahora se ve más claro que el gran auge de los cincuenta a los noventa fue un experimento. Y falló.
 

Carmen María Ramos, Carta de Lectores del Diario La Nación.