02 de
Enero de 2007
"Todavía tengo en mi mente la imagen de
estos chicos al frente del auto. Uno pone los brazos hacia
atrás y con fuerza tira el poste, de punta hacia el auto",
relata Paola Contreras, la esposa de Cristián Andrade, que
murió en la madrugada del 25 de diciembre, cuando dos jóvenes
aparentemente alcoholizados le tiraron un poste señalizador al
parabrisas del auto que conducía por la Autopista del Oeste,
lo que le produjo una fractura de cráneo.
"Los teníamos a esos chicos ahí nomás, encima. Yo creí que los
matábamos. Pero ellos nos mataron a nosotros", recuerda Paola.
Y agradece que en ese momento su hija Azul, de 7 años, haya
estado acostada en la parte de atrás, durmiendo en su falda.
"Podría haberla matado a ella también. Iba justo detrás de
Cristián, y el palo pasó derecho para atrás y rompió la
luneta", dice. Y piensa que también podría haber sido su hijo
Julián, de 11 años, que viajaba adelante. En medio de la
confusión, Paola dice que hay cosas de ese momento que no
recuerda. Sólo sabe con certeza que, mientras con un brazo le
sujetaba la cabeza a su marido para mantenerla erguida, con la
otra mantuvo el manubrio del auto, volanteando de un lado a
otro, buscando el mejor lugar para chocar. "Todo pasó en
segundos. Recuerdo que cuando llevé el auto hacia los árboles
mis hijos recién se despertaban y lloraban. Tuve que mirarlo a
Julián a los ojos y decirle: «Papito, tenés que subirte a la
parte de atrás y sujetarle la cabeza a papá». Lo hizo
llorando, mientras yo llamaba a una ambulancia que tardó como
20 minutos en llegar", relata. Y explica que, como estudia
para ser personal trainer,
algo sabe sobre primeros auxilios. "Cuando vi que Cristián
estaba inconsciente y que su cabeza había caído contra el
volante, lo primero que pensé fue en sujetarle el cuello",
dice. Paola recuerda la sangre por todos lados, hasta en los
regalos que traían de la Navidad. "Los juguetes sobre todo. Y
un gatito con el que Azul venía durmiendo. Tuve que lavarlo
porque todavía quiere jugar con él", cuenta. Varias personas
que se acercaron a socorrer a Paola le contaron en ese momento
que también se habían cruzado con los dos jóvenes, de no más
de 20 años. "Uno de ellos me contó que se los había topado
sentados en medio de la calle y que tuvo que volantear para
esquivarlos. Otros los vieron sentados a un costado. Muchos se
los cruzaron a las 3 de la madrugada. ¿En una hora nadie los
vio por ahí? ¿Ni un policía pasó?", cuestiona. Y agrega: "Pero
el fiscal [Horacio Chiminelli] me inspira confianza". Y dice
que ella nunca fue víctima de la inseguridad en la zona, y que
tampoco había escuchado sucesos de ese tipo... hasta que su
marido murió. "Varios testigos aparecieron para declarar.
Hasta mis vecinos comentan que un montón de veces les tiraron
piedras o cajas mientras iban manejando. Y me di cuenta de que
la gente nunca habla hasta que pasa algo", se lamenta. Hace 11
años que Paola y Cristián vivían en el country. El había
comprado un lote gracias a su trabajo en el Banco Provincia
(era productor de seguros). "Con el tiempo, cuando empezó todo
este tema de la inseguridad, pensé: «¡Qué bueno que vivimos
aquí, porque me siento encarcelada, pero protegida!»". Para
Paola, Cristián era el hombre de su vida. Se habían casado
hace 14 años y habían estado seis años de novios. "Era tan
compañero... Hasta me ayudaba en las tareas de la casa. Recién
cuando volví, después de lo que pasó, me di cuenta de que
había hecho las camas antes de salir."
Lorena Tapia Garzón, de la Redacción de
La Nación del día
28-12-06 |