24 de Noviembre de 2008
Cristina y el
espejo de Khadafy
En
su libro "La Conquista de América", el crítico Tzvetan
Todorov afirma que los viajes ofrecen a quienes los
realizan, al abrirles la puerta de un orden distinto, un
conocimiento más acabado de sí mismos. Al descubrimiento del
otro sobrevendría, de ese modo, el propio descubrimiento. El
extranjero funcionaría, así, como un espejo. Un espejo raro.
Si esta regla tuviera carácter universal, la
visita de Cristina Kirchner a Libia, que comienza hoy,
podría ser reveladora. La Presidenta encontrará al país de
Muammar Khadafy sumido en un debate acalorado y, si se
quiere, revolucionario. O contra-revolucionario, según la
butaca ideológica desde la que se lo observe.
El 1° de septiembre pasado, Khadafy decidió
festejar el 39 aniversario de la revolución que él mismo
comandó, anunciando que a partir del año próximo los
caudalosos ingresos petroleros del país serán distribuidos,
en efectivo, entre los libios para que cada uno decida cómo
aplicarlos para obtener salud o educación. Ya lo había
anticipado el 4 de marzo: "Debéis estar preparados para
recibir su parte de los ingresos del petróleo desde
principios del próximo año. Todo estará en vuestros
bolsillos" propuso Khadafy, aunque después advirtió: "No
tengáis miedo, al principio habrá algo de caos". Se trata de
una cifra respetable: más de 15.000 millones de dólares.
A las asambleas de la Facultad de Derecho de
La Plata, a las que, hay que suponer, la Presidenta asistía,
deben haber llegado los ecos de la revolución populista que
llevaba adelante Khadafy en los años 70.
El "Libro Verde", la biblia de aquel experimento, postulaba
que los salarios, la renta y el comercio privados eran
signos de una explotación que el Estado socialista debía
abolir. Khadafy era en aquel entonces un discípulo
radicalizado del egipcio Gamal Abdel Nasser, quien a la vez
se declaraba heredero de Juan Domingo Perón y su tercera
posición. Estas filiaciones fueron sepultadas en la historia
del peronismo por recuerdos menos elegantes. El nombre de
Khadafy quedó asociado a los convenios de intercambio de
petróleo por vacas, que firmó José López Rega en 1974, y al
aporte de 4 millones de dólares que, según el gestor Mario
Rotundo, el gobierno libio habría donado a Carlos Menem pero
que el riojano, claro, nunca reconoció. La historia de
valijas, campaña y populismo de Antonini Wilson no tiene
siquiera el mérito de la originalidad.
Le costará a la señora de Kirchner reconocer
a aquel Khadafy en este otro que, en una carrera alocada
hacia el capitalismo, es capaz de pasarse de largo las
posiciones del mismísimo Adam Smith. ¿Qué resonancias
provocará esta conversión en su invitada? ¿Ella tendrá
tiempo de prestar atención a estas novedades? ¿O estará
abstraída en el festejo de la sanción definitiva de la
estatización previsional, que es como la reforma que propone
el anfitrión, pero a la menos uno?
No es la única sorpresa que le espera a la
señora de Kirchner en su última estación en el norte de
África. Los libios, que llaman a Khadafy "el Hermano Líder"
?este culto a la personalidad tal vez asombre menos a los
peronistas y aún a los kirchneristas--, acaban de ver por
televisión a su presidente defendiendo su propuesta de las
objeciones que le planteaba el gobernador del Banco Central,
Farhat Bin Guidara. Inesperada liberalidad en un jefe
acusado de ser muy irrespetuoso de los derechos humanos.
Guidara le reprochó a Khadafy, entre otras
cosas, que su iniciativa desataría un proceso inflacionario
y le adelantó que, en consecuencia, no iba a recomendarla.
Un disgusto que Martín Redrado jamás le daría a los
Kirchner.
Durante el debate televisivo, Khadafy insinuó
que está explorando algunas alternativas. En vez de
distribuir el dinero en efectivo, podría hacerlo a través
del reparto de acciones de empresas públicas, administradas
por entidades financieras creadas con esa finalidad. Algo
así como las AFJP, que en la Argentina acaban de abolirse.
El presidente de Libia no sólo pretende
distribuir la renta petrolera, convencido de que los
ciudadanos sabrán administrarla mejor que el Estado. Su
propuesta forma parte de un plan elaborado por una de las
celebridades en el estudio de la administración de negocios:
el profesor de Harvard Michael Porter, en quien se inspira
esta especie de nuevo Libro Verde.
Los consejos de Porter llevaron a Khadafy a
anunciar la disolución de toda la administración para
retener sólo cuatro ministerios: Justicia, Seguridad,
Relaciones Exteriores y Defensa. Esta cirugía debería
convertir en emprendedores a unos 400.000 empleados
públicos. Para justificar la medida el Hermano Líder dijo
que había descubierto que los ministros y sus subordinados
directos estaban minados por la corrupción y que por eso los
recursos no llegaban al pueblo. Dicho por quien gobierna
Libia desde hace 4 décadas, se trata de una monumental
autocrítica.
Entre las instituciones de las que Khadafy
primero quiere desprenderse está el mayor banco estatal,
equivalente a lo que en la Argentina fue el Banade. Deberá
apurarse la Presidenta si quiere obtener detalles que
inspiren a su esposo en la creación de su propio banco de
desarrollo: su símil libio ya está bajo el comando de BNP
Paribas. La próxima empresa a privatizarse es Lybia Airlines,
que fue hasta ahora lo que Aerolíneas Argentinas está a
punto de ser. Del proceso se encarga el decisivo Sabri Saad
Abdallah Shadi, una especie de contra-Julio De Vido.
Por suerte
no todo lo que verá Cristina Kirchner será tan exótico.
Entre las bambalinas del protocolo se hablará de petróleo,
un fluido familiar para el poder santacruceño. Los libios
tienen intereses importantes en España y Repsol ha elegido a
ese país como el destino de sus principales inversiones en
los últimos años. Esa afinidad alimentó las versiones de que
a Khadafy le interesaría comprar YPF. Una especulación que
se reforzó por las visitas a Buenos Aires de su hijo Saadi,
de la mano de José Luis Manzano, uno de los principales
gestores de negocios energéticos en la provincia de Chubut.
Pero, como tantas iniciativas de Manzano, ésta también puede
ser una fantasía, igual que las incursiones rioplatenses de
Khadafy Junior se pueden haber limitado a una sola
entrevista con Néstor Kirchner y a ofrecer un par de fiestas
--eso sí, fabulosas--, en Punta del Este, de esas que suelen
fascinar a los despiadados cultores del neoliberalismo. Un
espejo en el que, por suerte, Cristina Kirchner jamás tendrá
que mirarse.
Carlos Pagni,
reproducción textual de su columna, en el diario La Nación